sábado, 13 de febrero de 2016

(EL INFIERNO) Julio Vélez





(EL INFIERNO)

El infierno está en mi/tu país.
El infierno está en mi/ tu cuerpo.
El infierno existe sin duda.
Mas también la posibilidad de cielo.


Julio Vélez ( 29 abril 1992)



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miércoles, 3 de febrero de 2016

Mario Santiago Papasquiaro





SÁCALE LA FLAMA AL DIABLO 

Para el Poncho Soriano

1 Clochard mexicano llamado Gautier

Chinche ambulante
Lo más lejos del ruido lechoso de esta vaga ciudad
Incrustada en su coño
Como mosca ladeándose en la orilla de 1 sope
Su botella / dormida & soñándose
1 frío de la gran puta
Toda ilusión destrozada
Pero él sueña & lo hace deveras
Vuela entre grietas
Recorre el olvidado olor de mágicos bosques
Es mexicano & su apodo: franchute revuelto en ajenjo
Con la letra que arranca su nombre
nos enseñaron de chavos a gargarear borborigmos
Hoy / la luz Lucifer de los otros
se le escama
se hunde
glugluteante se resbala & se pela
Él se rasca rebotando en sí mismo
No hay banca de parque
ni ojos de hada
que le den albergue o sustento
Es 1 chingón de los buenos
Muerto sí / Pero en vida /
En el trompo jugoso sangrante de esta vida risueña
Así como no hay dientes sin boca
Ni gatos chillones sin ratas
Ni musgo sin verde
Ni sol que de pendejo no se caiga a lamer el aroma
                               de cualquier torva azotea.


Mario Santiago Papasquiaro



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lunes, 25 de enero de 2016

Antepasados / Cesare Pavese




Antepasados 

Aturdido por el mundo me llegó una edad
en que tiraba golpes al aire y lloraba solo.
Escuchar los discursos de hombres y mujeres
sin saber responder, es poca alegría.
Pero aun esto pasó: no estoy más solo
y, si no sé responder, sé arreglarme sin eso.
He encontrado compañeros encontrándome a mí mismo.

He descubierto que, antes de nacer, he vivido
siempre en hombres sólidos, señores de sí,
y ninguno sabía responder y todos eran calmos.
Dos cuñados han abierto un negocio -la primera fortuna
de nuestra familia- y el extraño era serio,
calculador, despiadado, mezquino: una mujer.
El otro, el nuestro, en el negocio leía novelas
-en provincia era mucho- y los clientes que entraban
se oían responder con breves palabras
que azúcar no, que sulfato tampoco,
que estaba todo agotado. Y ocurrió más tarde
que este último dio una mano al cuñado quebrado.

Al pensar en esta gente me siento más fuerte
que delante del espejo alzando las espaldas
y armando en los labios una sonrisa solemne.
Ha habido un abuelo mío, remoto en los tiempos,
que fue estafado por un campesino suyo
y entonces zapó él mismo las viñas -en verano-
sólo para ver un trabajo bien hecho. Así
he vivido siempre y siempre he tenido
una cara segura y pagado al contado.

Y las mujeres no cuentan en la familia.
Quiero decir, nuestras mujeres están en casa
y nos traen al mundo y no dicen nada
y nada cuentan y no las recordamos.
Cada mujer nos infunde en la sangre algo nuevo,
pero todas se anulan en la obra y nosotros,
renovados de ese modo, somos los que duramos.
Estamos llenos de vicios, de antojos y de horrores
-nosotros, los hombres, los padres- alguno se mató,
pero una sola vergüenza nunca nos ha tocado,
no seremos nunca mujeres, nunca sombras de nadie.

He encontrado una tierra encontrando compañeros,
mala tierra, donde es un privilegio
no hacer nada, pensando en el futuro.
Porque el solo trabajo no nos basta a mí y a los míos;
sabemos rompernos, pero el sueño más grande
de mis padres fue siempre no hacer nada útil.
Hemos nacido para vagar por esas colinas,
sin mujeres, con las manos en la espalda.



Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), Lavorare stanca, 1936, 1943
Versión de J. Aulicino



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miércoles, 20 de enero de 2016

Giuseppe Ungaretti / Peregrinaje




Peregrinaje


Al acecho
en este triperío
de escombros
hora tras hora
arrastré
mi esqueleto
gastado de fango
como una suela
o una semilla
de espino

Ungaretti
hombre de pena
una ilusión te basta
para darte coraje

Un reflector
más allá
pone un mar
en la niebla


Valloncello dell’Albero Isolato, 16 agosto de 1916

Giuseppe Ungaretti (Alejandría, Egipto, 1888-Roma, 1970), Vita d'un Uomo I - L'allegria, 1914-1919, Mondadori, Verona, 1957

Versión de Jorge Aulicino



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viernes, 15 de enero de 2016

Unos versos, en el exilio, de Bertolt Brecht




“Lo sé: sólo gusta
quien es feliz. Su voz
con gusto se escucha. Bello es su rostro.

El árbol estropeado en el patio
denuncia el mal terreno, pero
al que pasa le estorba,
y con razón.

Los verdes botes y las alegres velas del Sund
no los veo. Entre tantas cosas
veo sólo la red de los pescadores, frágil.
¿Por qué voy diciendo sólo que
la campesina de cuarenta años anda encorvada?
Los senos de las muchachas
son calientes como antes.

En mi canto una rima
me parecería casi una insolencia.

En mí luchan
el entusiasmo por el manzano en flor
Y el horror por los discursos del Enjalbegador.
Pero sólo lo segundo
me empuja hacia la mesa de trabajo.

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“Hoy, mañana de Pascua,
una imprevista tormenta de nieve ha pasado sobre la isla.
Entre los setos ya verdes había nieve. Mi hijo
me llevó hacia un albaricoquero seco a lo largo de la pared de casa,
lejos de una estrofa en que con el dedo yo señalaba quienes estaban
preparándola, una guerra que
al continente, a esta isla, a mi pueblo, a los míos y a mí mismo
podía exterminar. Sin palabras
hemos puesto una tela de saco
sobre el árbol que se helaba.”

Bertolt Brecht



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domingo, 10 de enero de 2016

Unos versos de Hölderlin






“Pero a nosotros no nos es dado
en lugar alguno descansar,
desaparecen, caen,
sufriendo los hombres,
a ciegas, de una
a otra desgracia,
como agua de roca
en roca arrojada
durante años en el incierto camino hacia abajo.”


Hölderlin

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jueves, 7 de enero de 2016

W. G. Sebald / Tres poemas





A través de Holanda en tinieblas 

En los invernaderos
acechan los pepinos
El funcionario de aduanas toma
  prestado
mi diario de la tarde
La mano mojada
no arroja sombra alguna
El emperador Guillermo sigue
fumando sus cigarros
De la tierra ganada
ni rastro


Holkham Gap 

Ámbito verde
para prismáticos
y ornitólogos
camuflados
Allá atrás la bahía
un arco más ancho
que el horizonte
más lejano
Aquí esperó
la Guardia Nacional
la aparición
del león marino
Como el monstruo no se dejó ver
se permitió al barrón
reconquistar
las líneas fortificadas
Pero el tío Toby
no acaba de fiarse
de la paz
Llena su almohada
de arena y desea
que llegue la marea


Trigonometría de las esferas 

En el año de luto
el abuelo guardó
el piano en el desván
y no lo bajó
nunca más
En cambio con un catalejo
de latón explora ahora
los caminos circulares del cielo
Su cuaderno de bitácora registra
un cometa vagabundo
y la frase categórica
la Luna es un producto artificial de la Tierra
Por
él sé también
que allí donde la noche da la vuelta
sienta un santo
y ruge como un león
Y no olvides me dijo una vez
que del signo de Aries
el viento del norte trae la luz
a los manzanos

W.G. Sebald (Wertach im Allgäu, Baviera, 1944 - Norfolk, RU, 2001), versiones de Xabiero Cayarga, El Cuaderno nº 51, diciembre de 2013



Foto: Sebald por Christian Scholz, 1997



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domingo, 3 de enero de 2016

Ho Chi Minh / poemas





Una broma
El Estado me alimenta con arroz,
habito sus palacios,
sus guardianes se turnan para servirme de escolta.
Contemplo sus montañas y sus ríos cuando quiero:
con tantos privilegios, un hombre
es realmente un hombre.


Una delegación inglesa en China
Los americanos se han ido; ahora
llegan los ingleses.
Se le da la bienvenida a la delegación
por todas partes.
Yo también soy un delegado
en una visita amistosa a China.
Sólo que la bienvenida que a mí me dan,
es otra.


Alerta en Vietnam
¡Mejor la muerte que la esclavitud!
En todo mi país ondean
nuevamente las banderas rojas.
Oh, lo que es ser un prisionero en un tiempo así.
Cuándo seré libre para tomar
mi puesto en la batalla.


Al escuchar moler arroz
Cuánto debe sufrir el arroz bajo el triturador.
Pero después de molido es blanco como el algodón.
A menudo le sucede lo mismo
a los hombres de este mundo:
el taller de la desgracia los convierte
en jade pulido.




Nguyen Tat Than (1890-1969), más conocido por su nombre de guerra, Ho Chi Minh, el gran revolucionario vietnamita, escribió estos poemas en 1942 durante una estadía en prisión que sufrió en China. Había viajado a ese país durante la guerra antijaponesa para entrevistarse con Mao Tsetung, pero fue capturado por la policía de Chiang Kaishek y enviado a distintas cárceles durante más de catorce meses. Se trata de poemas breves que describen la vida en la cárcel con expresiones de tristeza, humor y espíritu de lucha.

Esta versión traducida del francés pertenece a Emilio Jáuregui.



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domingo, 27 de diciembre de 2015

La censura, contra Blas de Otero / José María Rondón






La censura, contra Blas de Otero: 'Su lepra mental, su odio hacia la belleza...' 

"Maloliendo la historia contemporánea española y reduciéndola -por arte de metro y rima- a una sucesión de anécdotas de lupanar y sangre, [Blas de] Otero pretende, a codazos, situarse en la primera fila de los poetas tremendistas, ilusionado sin duda con la idea de sentar plaza en la posteridad como el bíblico Walt Whitman del descontento seudohispánico".

En estos términos despachó la Oficina de Prensa y Propaganda de la embajada de España en Buenos Aires la publicación en 1962 en la editorial Losada del libro Hacia la inmensa mayoría, que reunía cuatro poemarios anteriores de Blas de Otero, entre ellos los fundamentales Pido la paz y la palabra y Ángel fieramente humano.
El 'avance informativo', el primer juicio al que se somete el volumen, es una brutal reseña, acaso la más extravagante jamás escrita sobre Blas de Otero. En el texto -dado a conocer en el primer número de la revista granadina Entorno literario- se acusa al poeta bilbaíno, con fino estilo, de sufrir "lepra mental", de odiar "todas las formas de belleza y grandeza" y de sufrir "la pobre desesperación de Caín en estado de postguerra".

La publicación literaria atribuye el texto al consejero de información de la embajada, José Ignacio Ramos Rey, director de la Oficina de Prensa y Propaganda. "[Blas de Otero] sufre la más triste de las situaciones en las que pueda caer un poeta: la de hacer profesión de rascarse en el muladar de la desgracia; el muladar de donde alguna vez escapa el do de pecho de la blasfemia cívica, que ni siquiera alcanza a la categoría de angustia", sostiene el censor.
El brutal desprecio de Ramos Rey por Blas de Otero es, por otra parte, lógico. Todos los libros contenidos en la recopilación Hacia la inmensa mayoría sufrieron algún modo de censura. Por ejemplo, Ángel fieramente humano fue excluido del premio Adonais en 1949 por motivos de heterodoxia religiosa tras la denuncia de un miembro del jurado. Y En castellano se publicó consecutivamente en París, México DF y Buenos Aires ante la imposibilidad de hacerlo en España. El telón de silencio levantado en torno a Hacia la inmensa...sólo caería con la llegada de la democracia, cuando la editorial Lumen lo publicó en 1977.

Ensañamiento de la censura
Pese al ensañamiento del censor con Hacia la inmensa mayoría, no es un caso único en Blas de Otero. Otro tanto de lo mismo le ocurrió a otra recopilación de título similar, Con la inmensa mayoría (1960), también en Losada, que sólo reunía Pido la paz... y En castellano.
Basta consultar la solicitud de importación del libro, que se conserva en un expediente -el número 3.649- en el Archivo General de la Administración. Sobre este libro, el censor anota: «Sin antecedentes. Una colección de magníficos poemas. Pese a una temática disímil y heterogénea, el vértice de un buen número de canciones de España, y varias tienen un carácter político grave».

Sin embargo, en este informe, dado a conocer por la profesora Lucía Montejo Gurruchaga, el censor fija su atención en el poema titulado 'La va buscando' y, en especial, la estrofa -"la más grave del libro", expone- que dice: Dos Españas frente a frente./ Al tiempo de guerrear,/ al tiempo de guerrear,/ se perdió la verdadera./ Aquí yace/ media España./ Murió de la otra media. El epígrafe le da pie para apoyar en él "la repetición de nuestra historia, la lucha fraticida", sostiene el firmante del informe, el agustino y censor eclesiástico Miguel de la Pinta Llorente, quien denegó, lógicamente, la importación.

Hasta la abolición del órgano represor, todos los libros de Blas de Otero se toparán con el lápiz rojo del censor. Acaso el asunto más llamativo es lo ocurrido con el volumen Que trata de España (1964), gravemente mutilado. En este caso, la censura obligó al poeta a suprimir más de la tercera parte del libro. Incluso las antologías -tanto las preparadas por el propio autor, como las que sobre su obra dirigían otros poetas y críticos- tuvieron serias dificultades. También algunas revistas o sus directores fueron sancionados por incluir versos del bilbaíno.

En alguna ocasión, Blas de Otero se refirió a la censura, que sufrió con dureza a lo largo de toda su trayectoria. «La censura -aseguraba en 1976- es un obstáculo terrible, capaz de condicionar, coartar y, en ocasiones, hasta de hacer callar. Además, la censura genera la autocensura... La censura fue aprendiendo a leer y resultó que el poeta que tuviera interés por publicar en España se encontraba con el problema de que, si escribía tal y como las palabras le iban saliendo, aquello se convertía en algo impublicable. No había otra solución que la obligada de corregir los poemas. Se acaba por adquirir una práctica muy eficaz...».



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miércoles, 23 de diciembre de 2015

SOBRE QUEDARSE SORPRENDIDO / Nazim Hikmet




SOBRE QUEDARSE SORPRENDIDO 



Puedo amar,
y tanto,
pide lo que quieras,
mi vida, mis ojos.
Puedo enfurecerme,
mi boca no se llena de espuma,
pero la ira de un camello no es nada al lado de la mía,
solo la ira del camello, no su rencor.
Puedo comprender
muchas veces con mi nariz,
es decir oliendo lo más oscuro lo que está más lejos
y puedo pelear,
por todos y por todo lo que me parece justo, correcto y hermoso,
ni mi edad ni mi porte me lo impiden,
sin embargo hace tiempo que se me olvidó quedarme sorprendido.
La sorpresa me dejó y se fue con sus ojos bien abiertos
y bien jóvenes.
¡Qué lástima!

Nazim Hikmet

Tanganica, febrero de 1963
Hotel Maranga


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martes, 15 de diciembre de 2015

La sandalia de Empédocles / Bertolt Brecht




La sandalia de Empédocles 




Cuando Empédocles de Agrigento
hubo logrado los honores de sus conciudadanos
-y los achaques de la vejez-,
decidió morir. Pero como
amaba a algunos y era correspondido por ellos,
no quiso anularse en su presencia, sino que prefirió
entrar en la Nada.
Lo
s invitó a una excursión. Pero no a todos:
se olvidó de algunos
para que la iniciativa
pareciera casual.
Subieron al Etna.
El esfuerzo de la ascensión
les imponía el silencio. Nadie dijo
palabras sabias. Ya arriba,
respiraron profundamente para recuperar el pulso normal,
gozando del panorama, alegres de haber llegado a la meta.
Sin que lo advirtieran, el maestro los dejó.
Al empezar a hablar de nuevo, no notaron
nada todavía; pero, a poco,
echaron de menos, aquí y allá, una palabra, y le buscaron
por los alrededores.
Él caminaba ya por la cumbre
sin apresurarse. Sólo una vez
se detuvo: oyó
a lo lejos, al otro lado de la cima,
cómo la conversación se reanudaba. Ya no entendía
las palabras aisladas: había empezado la muerte.
Cuando estuvo ante el cráter
volvió la cabeza, no queriendo saber lo que iba a seguir,
pues ya no le atañía a él; lentamente, el anciano se inclinó,
se quitó con cuidado una sandalia y, sonriendo,
la arrojó unos pasos atrás, de modo
que no la encontraran demasiado pronto, sino en el
momento justo,
es decir, antes de que se pudriera. Entonces
avanzó hacia el cráter. Cuando sus amigos
regresaron sin él, tras haberle buscado,
a lo largo de semanas y meses, poco a poco, fue creándose
su desaparición, tal como él había deseado. Algunos
le esperaban todavía, otros
buscaban ya explicaciones. Lentamente, como se alejan
en el cielo las nubes, inmutables, cada vez más pequeñas,
sin embargo,
sin dejar de moverse cuando no se las mira y ya lejanas
al mirarlas de nuevo, acaso confundidas con otras,
así fue él alejándose suavemente de la costumbre.
Y fue naciendo el rumor
de que no había muerto, puesto que, se decía, no era mortal.
Le envolvía el misterio. Se llegó a creer
que existía algo fuera de lo terrenal, que el curso de las cosas
humanas
puede alterarse para un hombre. Tales eran las habladurías
que surgían.
Mas se encontró por entonces su sandalia, su sandalia de
cuero,
palpable, usada, terrena. Había sido legada a aquellos
que cuando no ven, en seguida empiezan a creer.
El fin de su vida
volvió a ser natural. Había muerto como todos los hombres.





Describen otros lo ocurrido
de forma diferente. Según ellos, Empédocles
quiso realmente asegurarse honores divinos;
con una misteriosa desaparición, arrojándose
de modo astuto y sin testigos en el Etna, intentó crear la
leyenda
de que él no era de especie humana, de que no estaba
sometido
a las leyes de la destrucción; pero, entonces,
su sandalia le gastó la broma de caer en manos de sus
semejantes.
(Algunos afirman, incluso, que el mismo cráter, enojado
ante semejante propósito, escupió sencillamente la sandalia
de aquel degenerado bastardo.) Pero nosotros preferimos
creer
que si realmente no se quitó la sandalia, lo que debió ocurrir
es
que se olvidaría de nuestra estupidez, sin pensar que
nosotros
en seguida nos apresuramos a oscurecer aún más lo oscuro
y antes que buscar una razón suficiente, creemos en lo
absurdo. Y la montaña, entonces
-aunque no indignada por aquel olvido ni creyendo
que Empédocles hubiera querido engañarnos para alcanzar
honores divinos
(pues la montaña ni tiene creencias ni se ocupa de nosotros),
pero sí escupiendo fuego como siempre-, nos arrojó
la sandalia, y de esta forma sus discípulos
-que ya estarían muy ocupados husmeando algún gran
misterio,
desarrollando alguna profunda metafísica-
se encontraron, de repente, consternados, con la sandalia del
maestro entre las manos;
una sandalia de cuero, palpable, usada, terrena.



Bertolt Brecht



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domingo, 6 de diciembre de 2015

Adrienne Rich - Buceando hasta el naufragio




Buceando hasta el naufragio

Primero, habiendo leído el libro de los mitos
y cargado la cámara
y probado el filo del cuchillo,
me puse
la armadura de neopreno negro
las absurdas patas de rana
la seria e incómoda máscara.
Tengo que hacer esto
no como Cousteau con su
asiduo equipo
a bordo de la goleta bañada por el sol
sino sola acá.

Hay una escalera.
La escalera está siempre ahí
colgando inocentemente
cerca del costado de la goleta.
Sabemos para qué sirve,
nosotros, que ya la usamos.
De otra manera
sería una pieza de instrumento marítimo
algún tipo de equipo.

Voy hacia abajo.
Peldaño a peldaño y todavía
el oxígeno me sumerge
la luz azul
los claros átomos
de nuestro humano aire.
Voy hacia abajo.
Las patas de rana me entorpecen,
me arrastro como un insecto por la escalera
y no hay nadie
que me diga cuándo el océano
va a empezar.

Primero el aire es azul y después
se pone más azul y luego verde y luego
negro me estoy desmayando y sin embargo
mi máscara es poderosa
hace bombear mi sangre con fuerza
el mar es otra historia
el mar no es una cuestión de poder
tengo que aprender sola
a girar mi cuerpo sin fuerza
en el profundo elemento.

Y ahora: es fácil olvidar
para qué vine
entre tantos que siempre
vivieron acá
balanceando sus aspas almenadas
en medio de los arrecifes
y además
acá uno respira de otra manera.

Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos.
Las palabras son mapas.
Vine a ver el daño hecho
y los tesoros que prevalecieron.
Apunté el haz de luz de mi lámpara
despacio a lo largo del costado
de algo más permanente
que los peces o las algas

a aquello por lo que vine:
el naufragio y no la historia del naufragio
la cosa en sí misma y no el mito
la cara ahogada mirando siempre
hacia el sol
la evidencia del daño
deteriorada por la sal y el vaivén hasta ser esta belleza harapienta
las costillas del desastre
curvando su afirmación
entre los espíritus inciertos.

Éste es el lugar.
Y yo estoy acá, la sirena cuyo pelo negro
corre hacia atrás, el tritón con su armadura.
Hacemos círculos en silencio
alrededor del naufragio
nos sumergimos hasta la compuerta.
Soy ella: soy él

cuya cara ahogada duerme con los ojos abiertos
cuyos pechos siguen todavía estresados
cuya carga de plata y cobre descansa
oscuramente dentro de los barriles
a medio asegurar y pudriéndose
somos los instrumentos a medio destruir
que una vez mantuvieron un rumbo
el tronco comido por el agua
la brújula inválida

Somos, soy, sos
por cobardía o coraje
quien encuentra nuestro camino
de vuelta a esta escena
llevando un cuchillo, una cámara
un libro de mitos
en el que
nuestros nombres no aparecen.


Adrienne Rich


Versión de Tom Maver,
del libro Diving into the wreck, 1973.

Fuente:


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