viernes, 29 de mayo de 2015

Ingeborg Bachmann / El tiempo postergado





El tiempo postergado

Vienen días más duros.
El tiempo postergado hasta nuevo aviso
asoma por el horizonte.
Pronto tendrás que atarte los zapatos
y correr los perros de vuelta a las granjas marismeñas.
Pues las vísceras de los peces
se han enfriado al viento.
Arde pobre la luz de los altramuces.
Tu mirada rastrea la niebla:
el tiempo postergado hasta nuevo aviso
asoma por el horizonte.

Allí se te hunde la amada en la arena,
sube por su cabello ondeante,
le quita la palabra,
le ordena callarse,
le parece mortal
y dispuesta a la despedida
tras cada abrazo.

No mires hacia atrás.
Átate los zapatos.
Corre los perros de vuelta.
Tira los peces al mar.
¡Apaga los altramuces!

Vienen días más duros.



Ingeborg Bachmann

De "El tiempo postergado" Ediciones Cátedra S. A. 1991
Versión de Arturo Parada



***

martes, 26 de mayo de 2015

El cuerpo en el alba / Emilio Prados





El cuerpo en el alba 



Ahora sí que ya os miro
cielo, tierra, sol, piedra,
como si viera mi propia carne.

Ya sólo me faltábais en ella
para verme completo,
hombre entero en el mundo
y padre sin semilla
de la presencia hermosa del futuro.

Antes, el alma vi nacer
y acudí a salvarla,
fiel tutor perseguido y doloroso,
pero siempre seguro
de mi mano y su aviso.

Ayudé a la hermosura
y a su felicidad,
aunque nunca dudé que traicionaba
al maestro, al discípulo,
más, si aquel daba forma
en su libertad
al pensamiento de lo bello.

Y así vistió su ropa
mi hueso madurado,
tan lleno de dolor y de negrura
como noche nublada
sin perfume de flor,
sin lluvia y sin silencio...

Solo el cumplir mi paso,
aunque por suelo tan arisco,
me daba luz y fuerza en el vivir.

Mas hoy me abrís los brazos,
cielo, tierra, sol, piedra,
igual que presentí de niño
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.

Hoy siento que mi lengua
confunde su saliva
con la gota más tierna del rocío
y prolonga sus tactos
fuera de mí, en la yerba
o en la obscura raíz secreta y húmeda.

Miro mi pensamiento
llegarme lento como un agua,
no sé desde qué lluvia o lago
o profundas arenas
de fuentes que palpitan
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.

Hoy sí, mi piel existe,
mas no ya como límite
que antes me perseguía,
sino también como vosotros mismos,
cielo hermoso y azul,
tierra tendida...

Ya soy Todo: Unidad
de un cuerpo verdadero.
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo
y hoy empieza a asentirse
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante
De su verbo acabado y en olvido
De lo que antes pensó aun sin llamarlo
Y temió ser: Demonio de la Nada.


Emilio Prados



***

sábado, 23 de mayo de 2015

Victor Hugo "Poesía de las pobres gentes"




"Poesía de las pobres gentes"


I

Es de noche. La choza es pobre, aunque segura.
Sombrío es su interior, mas algo se percibe
que irradia entre las sombras de su oscuro crepúsculo.
Redes de pescador cuelgan de sus paredes.
Y al fondo, en un rincón, una vajilla humilde,
encima de un arcón, destella vagamente,
y una gran cama adviértese, echadas sus cortinas.
Cerca, un colchón se extiende sobre unos viejos bancos,
y cinco niños sueñan en él como en un nido
de almas. El hogar donde unas llamas velan
alumbra el techo oscuro, y una mujer, de hinojos,
la frente sobre el lecho, reza y piensa, agitada.
Es su madre. Está sola. Blanco de espuma, afuera,
contra el viento, las rocas, las sombras y la bruma,
el torvo Océano lanza sus oscuros sollozos.

II

Su hombre está en el mar. Marino desde niño,
contra el siniestro azar libra una gran batalla.
Llueva o truene, sin falta ha de salir él siempre,
pues las criaturas tienen hambre. Al atardecer
parte cuando las aguas profundas van subiendo,
del dique, los peldaños.
La mujer quedó en casa cosiendo viejas telas,
remendando las redes, cuidando los anzuelos,
ante el hogar velando la sopa de pescado,
y a Dios luego rezando cuando los niños duermen.
Él, solo, combatido del mar, cambiante siempre,
se adentra en sus abismos y se pierde en la noche.
¡Qué esfuerzo! Todo es negro y frío, nada luce.
En los rompientes, entre las delirantes olas,
el buen banco de pesca y, sobre el mar inmenso,
el lugar móvil, negro, cambiante y caprichoso,
tan querido a los peces de aletas plateadas,
no es más que un punto sólo, grande como dos chozas.
Mas, de noche, en diciembre, con niebla y aguacero,
para encontrar tal punto sobre el desierto inquieto
¡cómo hay que calcular el viento y la marea,
y combinar con tino todas las maniobras!
Bordéanlo las olas como culebras verdes;
el mar tuerce y se encrespa sus pliegues desmedidos,
y hace gemir de horror los pobres aparejos.
Sueña él con su Jeannie, solo en el mar helado,
y ésta, llorando, llámalo, y entrambos pensamientos
se cruzan en la noche cual dos divinos pájaros.


III

Ella reza, y la alondra con su burlón graznido
importúnale, y entre escollos derruidos
le aterra el Océano, y mil distintas sombras
su espíritu atraviesan, de mar y marineros
llevados por la cólera furiosa de las olas;
y mientras, en su caja, cual sangre en las arterias,
el frío reloj late, vertiendo en el misterio
el tiempo gota a gota, inviernos, primaveras,
las varias estaciones; y estas palpitaciones
abren para las almas, y a modo de bandadas
de azores y palomas, por un lado, las cunas;
(las tumbas por el otro.

Ella medita y sueña: —“¡Oh Dios, cuánta pobreza!”
Sus hijos van descalzos en invierno y verano.
No comen pan de trigo, sólo pan de cebada.
¡Oh Dios, el viento ruge como un fuelle de fragua!
El mar bate en la costa como si fuera un yunque,
y las estrellas huyen entre el negro huracán
como un turbión de chispas por una chimenea.

Es ya la medianoche, la hora en la que ésta
como jovial danzante ríe y juguetea
bajo antifaz de raso que iluminan sus ojos;
la hora en que medianoche, bandido misterioso,
de sombra y lluvia lleno y su frente en el cierzo,
toma a un pobre marino tembloroso y lo estrella
contra espantosas rocas que aparecen de pronto.
¡Qué horror!, el hombre cuyos gritos el mar sofoca,
siente ceder y hundirse la barca en que naufraga,
y mientras siente abrirse las sombras y el abismo
bajo sus pies, ¡aún sueña con esa vieja argolla
de hierro, de su muelle, bañado por el sol!

Estas tristes visiones su corazón conturban,
negro como la noche. Y ella tiembla y solloza.

IV

¡Oh la pobre mujer del pescador! Qué horrible
es tener que decirse: —“Todo cuanto yo tengo,
hermano, padre, amante, mis hijos más queridos,
el alma de mi alma, están en ese caos
perdidos, mi corazón, la carne de mi carne.”
¡Ser presa de las olas es serlo de las bestias!
Pensar —¡Cielos!— que el agua juegue con sus cabezas,
desde el hijo, grumete, al marido, patrón,
y que el viento soplando por sus trompas horribles
sobre ellos desate su larga y loca trenza,
y tal vez a esta hora se encuentren en peligro,
sin que saber podamos lo que están ahora haciendo
más que para enfrentarse a ese abismo sin fondo,
a esas oscuras simas donde no hay ni una estrella,
¡tienen sólo una plancha con un poco de tela!
¡Terrible angustia! Corren todas sobre las rocas.
Las olas suben; háblanles, grítanles: —“Devolvédnoslos”.
Mas ¡ay! qué es lo que puede decirse al pensamiento
del mar, siempre sombrío, y siempre trastornado!

Jeannie está aún más triste. ¡Su esposo está allá solo!,
en esta áspera noche, bajo el frío sudario,
sin ayuda. Sus hijos son aún pequeños. Madre,
dices: “¡Si fueran grandes! ¡Qué solo está!” ¡Quimeras!
Mañana, cuando partan ya acompañando al padre
dirás entre sollozos: “¡Oh, si aún pequeños fueran!”

V

Toma ella su linterna y su capote. Es la hora
de ir a ver si regresa y si la mar mejora,
si ya es de día y el mástil muestra su gallardete.
¡Vamos! De casa sale. La brisa matutina
no sopla aún. No hay nada. No está esa línea blanca
en el confín en donde se aclaran las tinieblas.
Llueve. Oh, qué siniestra la lluvia, de mañana.
Parece que el día tiembla, que está incierto y dudoso,
y que al igual que un niño, llora al nacer el alba.
Sale. No hay luz alguna en ninguna ventana.

De repente, a sus ojos que buscan el camino,
con una rara mezcla de lúgubre y de humana
una pobre casucha, decrépita, aparece,
sin luz ni fuego alguno; su puerta bate el viento;
sobre sus viejos muros hay un techo oscilante,
y el cierzo en él retuerce repugnantes rastrojos,
sucios y amarillentos como un río revuelto.

“¡Vaya!”, no me acordaba de esta pobre viuda
—se dice—; mi marido la encontró el otro día
enferma y solitaria; voy a ver cómo anda”.

Golpea ella la puerta; escucha, no hay respuesta,
y Jeannie bajo el viento del mar tirita y tiembla.
“¡Enferma! ¡Y sus hijos andan tan mal nutridos!…
No tiene más que dos, pero está sin marido”.
Golpea otra vez la puerta. “¡Eh, vecina, vecina!”
Pero la casa calla. “Oh Dios —se dice inquieta—,
¡cómo duerme que no oye ni aun tras llamar tanto!”
Pero esta vez la puerta, como si de repente
los objetos sintieran una piedad suprema,
triste, giró en la sombra y abrióse por sí misma.

VI

Entró, y su linterna iluminó la negra
estancia muda al borde de las rugientes olas.
Como por un cedazo caía agua del techo.

Yacía al fondo echada una terrible forma;
una mujer inmóvil, descalza y boca arriba,
con la mirada oscura y un espantoso aspecto,
un cadáver; —un tiempo madre jovial y fuerte—;
el desgreñado aspecto de la miseria muerta;
los despojos del pobre tras su tenaz combate.
Pender dejaba ella un frío y yerto brazo
con su mano ya verde, en medio de la paja,
y brotaba el horror de aquella boca abierta
por la que alma, huyendo, siniestra, había lanzado
¡el grito de la muerte que oye la eternidad!
Cerca donde yacía la madre de familia,
dos niños muy pequeños, un varón y una hembra,
en una misma cuna sonreían en sueños.

Sintiéndose morir, su madre habíales puesto
sobre sus pies su manto, sus ropas sobre el cuerpo,
para que en esa sombra que nos deja la muerte,
no hubieran de sentir perderse la tibieza,
y así calor tuvieran en tanto que frío ella.




VII

¡Cómo duermen los dos en esa pobre cuna!
Su aliento es apacible y sus frentes serenas,
cual si no hubiera nada capaz de despertarlos,
ni siquiera las trompas del Juicio Final,
pues que, inocentes siendo, a juez ninguno temen.

La lluvia ruge afuera cual si fuera un diluvio.
Del techo, a veces, cae con las rachas del viento
una gota de lluvia sobre esa frente yerta
y corre por su rostro cual si fuera una lágrima.
Las olas suenan como la campana de alarma.
La muerta oye la sombra con expresión absorta.

El cuerpo, cuando el radiante espíritu lo dejó,
En el aire busca el alma y recordar el ángel;
Parece que entendamos este diálogo extraño
Entre la boca pálida y la mirada triste y ojeroso:
- ¿Qué has hecho con tu aliento? - Y tú, en tus ojos?

¡Ay! amar, vivir, tomar las primaveras,
Bailar, reír, grabar sus corazones, vacía su vaso.
Como pasa todo el flujo oscuro océano,
El destino da sentido a la fiesta, en la cuna,
Adorar a las madres que cumplen la infancia,
Los besos de la carne cuya alma está deslumbrado,
Canciones, la sonrisa, el amor fresco y hermoso,
El enfriamiento de la tumba sombría!

VIII

Pero Jeannie ¿qué ha hecho en casa de la muerta?
Bajo su amplia capa ¿qué es lo que ella se lleva?
¿Qué es lo que transporta al salir de la puerta?
¿Por qué su pecho late? ¿Por qué apresura el paso?
¿Por qué así, vacilante, entre las callejuelas
corre sin atreverse a volver la cabeza?
¿Qué es, pues, lo que ella oculta con un aire turbado
entre su lecho en sombras? ¿Qué puede haber robado?

IX

Cuando ella entró en su casa, las rocas de la costa
blanqueaban ya. Una silla puso junto a su cama,
y se sentó muy pálida, cual si un remordimiento
la abatiese. Su frente puso en la cabecera
y, por unos instantes, con voz entrecortada
habló mientras que lejos, ronca, la mar bramaba.

“—¡Pobre hombre, Dios mío! ¿Qué va a decir? ¡Ya tiene
tantas preocupaciones! ¿Cómo pudo ocurrírseme?
¡Cinco niños a cuestas! ¡Y trabajando tanto!…
¿No habían bastantes penas, y ahora voy a darle
otra más?… —Oh, ¿es él? No, aún no. Hice mal.
Diré, si me golpea: Tienes razón. ¿Es él?
Aún no. Mejor. La puerta tiembla como si alguien
entrara. Pero no. ¡Pobre hombre!, oír
que regresa él ahora ¿es que va a darme miedo?”
Luego Jeannie quedóse temblando y pensativa,
cada vez más hundiéndose en una angustia íntima,
perdida entre sus cuitas igual que en un abismo,
sin escuchar siquiera los ruidos exteriores,
los negros cormoranes volando vocingleros,
las olas, la marea, la cólera del viento.

Ruidosa y clara abrióse la puerta de repente,
dejando un blanco rayo entrar en la cabaña,
y el pescador, alegre, con sus chorreantes redes
en el umbral mostróse, y “Así es la mar”, le dice.




X

Jeannie gritó: “¡Eres tú!”, y fuerte contra el pecho
estrechó a su marido cual si fuera un amante,
y besó su chaqueta arrebatadamente
en tanto que él decía: “¡Aquí estoy ya, mujer!”,
y mostraba en su frente, que el fuego esclarecía,
su alma franca y buena que Jeannie iluminaba.
“—Me han robado —le dice—; el mar es una selva.”
“—¿Qué tiempo ha hecho? —Duro. —¿Y la pesca? —Muy mala.
Pero mira: te abrazo, y ya me siento a gusto.
No pude pescar nada, y destrocé las redes.
El diablo andaba oculto en el viento que aullaba.
¡Qué noche! Hubo un momento que creí entre el estruendo
que el barco se volcaba, y se rompió la amarra.
Pero dime, ¿qué has hecho tú durante este tiempo?”
Ella sintió en la sombra un estremecimiento.
“—¿Quién, yo? ¡Dios mío!, nada, lo que suelo hacer siempre.
Coser y oír rugir el mar como un gran trueno.
Tuve miedo”. “—El invierno es duro, mas da igual”.
Luego, temblando como quien se ha portado mal,
“—A propósito… —dijo—, nuestra vecina ha muerto.
Ayer debió morir, en fin, ya poco importa,
al caer el sol, después que partiérais vosotros.
Dos niños deja ella, muy pequeños aún.
Se llama uno Guillaume, y la otra Madelaine;
él todavía no anda, la niña apenas habla.
Esa buena mujer vivía en la miseria”.

Cobró él un grave aspecto, y echando en un rincón
su gorro de forzado, mojado por las olas,
“—¡Diablos! —dijo— rascándose, absorto, la cabeza.
Teníamos cinco niños, con éstos serán siete.
Ya alguna noche, a veces, sin cenar nos quedábamos
los meses del invierno. ¿Cómo haremos ahora?
Bueno, no es culpa mía. Eso es tan sólo asunto
de Dios. Aun así, es un grave accidente.
¿Por qué habría de llevarse a esa pobre mujer?
¡Qué cuestión tan difícil! ¡Mucho mayor que un puño!
Para entender todo esto, hay que tener estudios.
¡Criaturas!, tan pequeños no podrán trabajar.
Mujer, vete a buscarles, pues si se han despertado,
estarán asustados de estar junto a un cadáver.
Es su madre ¿no ves?, que llama a nuestra puerta;
abrámosla a esos niños. Vivirán con los nuestros.
A todos los tendremos, de noche, en las rodillas.
Vivirán como hermanos de nuestros cinco hijos.
Cuando vea el Señor que hay que buscar comida
para esos nuevos niños junto a los que tenemos,
para esa pequeñina y para su hermanito,
Él hará que cojamos más abundante pesca.
Beberé sólo agua y haré doble trabajo.
He dicho. Ve a buscarles. Mas, ¿qué tienes? ¿Qué pasa?
Tú sueles hacer siempre las cosas más deprisa.

“—Mira, aquí están”, le dice, abriendo las cortinas.



De la antología inédita de Carlos Clementson "Las Rosas de la vida"
(Grandes Siglos de la Poesía Francesa).




***

miércoles, 20 de mayo de 2015

Paula Becker a Clara Westhoff / Adrienne Rich





Paula Becker 1876-1907
Clara Westhoff 1878-1954
se hicieron amigas en Worpswede, una colonia de artistas cerca de Bremen, Alemania, en el verano de 1899. En enero de 1900, pasaron medio año juntas en París, donde Paula pintó y Clara estudió escultura con Rodin. En agosto volvieron a Worpswede y pasaron el invierno siguiente juntas en Berlín. En 1901, Clara se casó con Rainer María Rilke; al poco tiempo, Paula se casó con el pintor Otto Modersohn. Murió de una hemorragia dando a luz, murmurando: ¡Qué lástima!



El otoño parece haberse puesto lento,
el verano todavía está por acá, hasta la luz
parece durar más de lo que debería
o quizá la estoy usando hasta el límite.
La luna rueda en el aire. No quería este niño.
Sos la única a la que se lo dije.
Quiero un hijo tal vez, algún día, pero no ahora.
Otto tiene un modo calmo, complaciente
de seguirme con sus ojos, como diciendo
¡Pronto vas a tener las manos llenas!
Y sí, las voy a tener; este hijo va a ser mío,
no suyo, los errores, si fallo
serán todos míos. No somos buenas, Clara,
para aprender a prevenir estas cosas
y una vez que tenemos un hijo es nuestro.
Pero últimamente me siento más allá de Otto o de cualquiera.
Ahora sé la clase de trabajo que tengo que hacer.
¡Requiere de tanta energía! Tengo la impresión de que
estoy yendo a algún lado, paciente, impacientemente,
en mi soledad. Busco en todas partes de la naturaleza
nuevas formas, viejas formas en nuevos lugares,
los planos de una antigua boca, digamos, entre las hojas.
Sé y no sé
qué estoy buscando.
¿Te acordás de esos meses en el estudio juntas,
vos con tus fuertes antebrazos bañados en arcilla,
yo tratando de hacer algo con las extrañas impresiones
que me atacaban – las flores japonesas
y pájaros de seda, los borrachos
buscando refugio en el Louvre, esa luz del río,
esas caras... ¿Sabíamos exactamente
por qué estábamos ahí? París te ponía nerviosa,
te parecía demasiado, sin embargo seguías
con tu trabajo... y después nos encontramos de vuelta,
las dos casadas entonces, y pensé que vos y Rilke
parecían nerviosos. Sentí una especie de tristeza
entre ustedes. Por supuesto que él y yo
hemos tenido nuestras diferencias. Quizá estaba celosa
de él, para empezar, llevándote de mi lado,
quizá me casé con Otto para llenar
mi soledad de vos.
Rainer, desde luego, sabe más que Otto,
él cree en las mujeres. Pero se alimenta de nosotras
como todos ellos. Toda su vida, su arte
estuvo protegido por mujeres. ¿Quién de nosotras podría decir eso?
¿Quién de nosotras, Clara, no tuvo que dar ese salto
y llegar más allá de ser mujeres
para salvar nuestro trabajo? ¿o es para salvarnos nosotras?
El matrimonio es más solitario que la soledad.
Sabés: estaba soñando que moría
dando a luz a mi hijo.
No podía pintar o hablar o incluso moverme.
Mi hijo –creo- me sobrevivía. Pero lo que era gracioso
en el sueño era que Rainer había escrito mi réquiem –
un largo y hermoso poema, y me llamaba su amiga.
Yo era tu amiga
pero en el sueño vos no decías una palabra.
En el sueño su poema era como una carta
a alguien que no tiene derecho
a estar ahí pero que debe ser tratado amablemente, un invitado
en el día equivocado. Clara, ¿por qué no sueño con vos?
La foto de nosotras dos – todavía la tengo,
las dos mirándonos con fuerza
y mi pintura detrás. ¡Cómo solíamos trabajar
lado a lado! Y desde entonces he trabajado
tratando de crear siguiendo el plan nuestro
de que llevaríamos, contra toda posibilidad, todo nuestro poder
a cada cosa. No callar ni guardarnos nada
por ser mujeres. Clara, nuestra fuerza todavía reside
en las cosas de las que solíamos hablar;
cómo la vida y la muerte se toman las manos,
la lucha por la verdad, nuestro compromiso contra la culpa.
Y ahora siento el amanecer y la llegada de un nuevo día.
Me encanta despertarme en mi estudio viendo mis cuadros
cobrar vida con la luz. A veces siento
que soy yo misma quien patea dentro de mí,
a mí misma a quien debo alimentar, amar...
Me hubiera gustado hacer esto una por la otra
toda nuestra vida, pero no podemos...
Dicen que una mujer embarazada
sueña con su propia muerte. Pero la vida y la muerte
se toman las manos. Clara, me siento tan llena
de trabajo, de la vida que veo adelante, y del amor
por vos, quien de todas las personas,
por más que esto lo esté diciendo mal,
va a escuchar todo lo que diga y no pueda decir.

Adrienne Rich

1975-1976





Versión de Tom Maver




***

domingo, 17 de mayo de 2015

No lo digo yo / Diego Techeira




No lo digo yo 

Ahora los poetas
siempre dicen “yo”
a cada paso les sucede algo
y lo cantan
siempre “yo”
y por las calles
sólo ellos o el motivo
de sus desvelos pasa
nadie más ni nada
y el mundo se detiene
carente de sentido
si no están ahí:
ninguna puerta se abre
al jardín de las maravillas
ni al infierno ni
los días pasan
con sus lunas escondidas
ni pasan los tranvías.
Ni siquiera los distrae
su propia sombra
(no vaya a suceder que
caigan dentro como quien
se zambulle en una tumba
y desde la tierra cerrada
miren hacia arriba
y vean solamente
su propio orgullo atento
en celebrarse otra vez:
inútil esperar
que tienda una mano
para ayudar a salir
de ese pozo de ese hueco
ferozmente solitario
y sin espejos).
Yo me río
porque voy por las calles
y sólo yo no existo
soy el único invisible
y el mundo
lleno de sueños y sonidos
se me entrega a cambio
de unas pocas palabras
con que plasmarlo
por ejemplo:
“pasa una abeja patinando en la luz
y el grito blanco de una garza
a la deriva por las horas
por el aire
por el haz de la mañana”
o: “todo pasa
ni un árbol se detiene
y aún la piedra es viajera”
o también:
“lo que la luna escribe entre las nubes
busca asilo en mi garganta
atravesando el fondo de algún sueño”
acaso:
“la fuente de piedra
vestía su eterno
cristal que el viento llama
—solitario—río”.
Y tal vez
“Hay que hundir las palabras
en el delirio
hasta hacerlas realidad”.
Y mucho más.
Y es del mundo esa voz
y no soy yo
y
yo no lo digo.
                         (inédito, a partir de versos de Neruda)


El autor.
Diego Techeira es poeta y ensayista uruguayo. Fue miembro de Ediciones de Uno entre 1985 y 1990. Creador y director de la revista El Puente al Lector (2002-2003). Es editor bajo el sello Solazul ediciones
(http://solazulediciones.blogspot.com/). En su obra publicada destaca: Antes que ella (Ediciones de Uno, 1988. Poesía), Donde las calles no tienen nombre (Ediciones de Uno, 1990. Poesía), Lautréamont. La construcción permanente (Solazul ediciones, 2000. Ensayo), La voz y el conjuro, Washington Benavides y su obra (Solazul ediciones, 2010, ensayo aprobado como texto para bachillerato por el Consejo de Educación Secundaria en 2011. Blog: http://blogs.montevideo.com.uy/), y Los mitos del movimiento (Solazul ediciones. 2014. Poesía, con ilustraciones de Pilar González). 



***

jueves, 14 de mayo de 2015

Rubén Darío / LO FATAL




LO FATAL

A René Pérez


   Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

   Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida por la sombra y por

       lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...

Rubén Darío



***

lunes, 11 de mayo de 2015

Sófocles, “Edipo en Colono”






“No haber nacido supera toda suerte
mas, una vez que a la luz se llega,
volver allí de donde se viene
cuanto antes, es lo mejor en segundo lugar.
Porque, cuando pasa la juventud
llevándose sus vanas locuras,
¿qué pesar hay que esté lejos de ti?
¿Qué sufrimiento te falta?
Muertes, rivalidades, discordia, luchas
y envidia. Y, por último, viene a su vez
la aborrecida vejez,
impotente, insociable, sin amigos,
con la que todos los males
sin excepción conviven.”

(Sófocles, “Edipo en Colono”)


***

viernes, 8 de mayo de 2015

Charles Simic / La explicación parcial





 La explicación parcial


Parece que hubiera pasado mucho tiempo
Desde que el camarero tomó mi pedido.
Mugriento, pequeño bar de comidas,
Fuera cae la nieve.

Parece como si hubiera oscurecido
Desde que oí por última vez la puerta de la cocina
Detrás de mí
Desde que vi
Que alguien pasaba por la calle.

Un vaso de agua helada
Me hace compañía
En esta mesa que he elegido
Nada más entrar.

Y un deseo intenso
Increíblemente intenso
De escuchar furtivamente
La conversación
De los cocineros.



Charles Simic (Belgrado, Serbia, 1938), Selected Early Poems, George Braziller Publishers, Nueva York, 1999).
Versión de Jonio González




***

martes, 5 de mayo de 2015

PEQUEÑAS COSAS QUE TRAE LA PAZ / JUAN MANUEL ROCA

un poema de juan manuel roca en la apertura de la “cumbre mundial de arte y cultura por la paz de colombia”




PEQUEÑAS COSAS QUE TRAE LA PAZ

                 JUAN MANUEL ROCA

El grafitero del alba,
Un fantasma
Que escribe la palabra dignidad,
¿Será ayudado por los guardias
En vez de convertirlo
En bocado de nieblas?

El que llamamos el otro,
El desconocido al que vemos
Parado en una esquina
O el que tropezamos
En un callejón,
Serán, así lo espero, algo más
Que fronteras invisibles.

El pobre diablo de la escuela,
Que no es pobre porque sueña
Y no es diablo porque
Su camisa tenga el color
De un viejo bazar de pueblo,
Tendrá, así lo espero,
El talismán de su voz
Para espantar el miedo
Y la ronda de las burlas.

El usurpado,
Que vio su casa esfumarse
En otras manos
Y solo tiene
Un albergue de paso
En el andamio de sus huesos,
Volverá a respirar su paisaje,
Su río sin muertos,
Su casa con techo
Y el beso de la uva
En el vino y en los labios.

El desplazado
Que ve al atardecer
El cambio de fases
De un semáforo
Bajo la lluvia,
-Rojo verde y amarillo-,
Pedirá una luna de sandía,
Una menguante de hinojo
Y otra luna de naranjo.

Se habla de grandes
Sucesos cuando venga la paz.

La verdad,
Me bastaría verla
Apacentando pequeñas cosas,
Encontrando en la niebla
De un país que ya no existe
Un balón, un trompo
O el caballo blanco
Que se esconde
En paisajes prohibidos.

Me bastaría con saber
Que las mujeres lloran
Al momento del ritual
De las cebollas
Y no al de las viudeces.

Que el río
No es una parcela
De tumbas.

Me bastaría sentir
Que el aire se refleje
En las cosas sencillas:
En la lámpara encendida
Para leer en la noche
Y no para buscar
Al que salió de casa
Sin regreso.

Bastaría que el descolorido
Almanaque de la zapatería
No sea  para contar
Los pasos del ausente.

Y las cosas olvidadas.

Una pausa en la cantina,
Un sueño bajo el árbol,
Un hombre que elige
Su propio camino.

En las ciudades
Sería bello reducir
El tiempo
Calcáreo y alienado
Que pasamos
En el limbo de los autos,
Secuestrados
De un tiempo muerto.

Y volver a pescar
En la alta noche,
A recorrer sin temor
Sus espacios estivales.

La única guerra
Que anhelo,
Madre, es contra el tedio,
Una guerra sin cuartel
Contra la servidumbre
Para tener el brazo
Dispuesto al abrazo
Y salir a la calle cuando
Estallen la noche
Y el verano.

Bueno será
Que en la pantalla
De los sueños
La paz no sea un cuervo
Disfrazado de paloma
Ni el llamado sibilino
Del tartufo.

¿Sería mucho pedir
Que la patria no sea
Una pérfida madrastra,
Una tirana,
O tan solo una palabra
En labios de sus dueños?

¿Que los muertos
En las falsas batallas
No sean parias
Que disfrazan de enemigos
En un guiñol siniestro?

¿Que la palabra libertad
Deje de ser
Acariciada por gendarmes
Y el telón del respeto
Cobije también
La sombra erguida 
Del insumiso,
Del desobediente?

No habrá paz
Con hombres y mujeres
Durmiendo en los umbrales.

Ni paz
Con racimos de despojos
Y niños que envejecen
Un año cada día
Al pie de las ciudades.

No habrá paz con usura,
Esa lepra del alma.

No podemos seguir
Jugando al olvido,
Atrapados en el paraíso.

¿Qué clase de paraíso
Es un lugar
Donde reina la serpiente
Antes que el árbol,
Un imperio cainita
Del hierro entre hermanos?

¿Qué clase de paraíso
Anuncian en las vallas
Donde un ángel custodio
Llena sus extramuros
De cercas y miserias?

Y Perdóname, madre,
Amo el perdón,
Desconfío del olvido.

Cuentan
Que a un general español
De los tiempos
De Isabel la segunda,
Un obispo le demandó
Que pidiera perdón
A sus enemigos.

El perplejo militar
Respondió
Desde su voz pedregosa
Que no tenía enemigos:
A todos los había ejecutado.

Podremos ser ilusos,
¿Pero cómo no soñar
Con un país donde nadie
Esté en la lista de espera
De los grandes señores
De todas las orillas
De la guerra?

Y de los grandes señores
Que miran con desparpajo
Su impaciente necrómetro.


De los que siempre
Tienen la voz engatillada.

Esperemos
Que la paz nos sorprenda
De lado y lado,
En el bando
De los sobrevivientes.

Quizá, entonces,
Hayamos desminado
El campo de las palabras
Cargadas de odio
Y envidia, dos hermanos
Siameses que cobran
Tantas bajas en la verdad
Y en la belleza.

Que una guerra interior
Sea contra la modorra.
Que los campos minados
Sólo sean los de la necesaria
Duda. Las emboscadas
Podrían ser la manera
De tomarnos por sorpresa
En nuestra desnudez moral,
La movilidad tendría que ver
Con un desprecio a los dogmas.

Deberíamos
Apostar centinelas
Que nos alerten
Frente a nuestras propias
Traiciones y enfilar
Una lucha sin cuartel
Contra los grandes ejércitos
De la mediocridad,
Los grandes ejércitos de
La servideumbre.

Pero si la paz
No es también
Una cosecha de ocio,
Una vendimia de luz
Y una conquista de sueños,
Habrá que volver a tejer
Las 3 letras de su palabra,
Y ya es tarde, hermana,
Para volver a casa.

                                            Bogotá, abril 6 de 2015.




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