miércoles, 30 de enero de 2013

Imágenes: César Vallejo

Imágenes tomadas en la exposición: PERDER LA FORMA HUMANA. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina. (Museo Reina Sofía 25-10-2012 / 11-03-2013),

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lunes, 28 de enero de 2013

Rafael Alberti






La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo


Tú,
 tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños
y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas
para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado,
 dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas.
 Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.
 Despiértame.
 Hace ya 100.000 siglos que pienso en que tú eres más tú cuando te acuerdas del barro
y una teja aturdida se deshace contra tus pies para predecir otra muerte.
 El espanto que suben esos ojos deformados por las aguas que envenenan al ciervo fugitivo
es la única razón que expone mi esqueleto para pulverizarse junto al tuyo.
 Una luz corrompida te ayudará a sentir los más bellos excrementos del mundo.
 Periódicos estampados de manos que perdieron su nitidez en el aceite desgarran hoy el viento
y los charcos de grasa solicitan tus ojos desde los asfaltos reblandecidos.
 Aceras espolvoreadas de azufre claman por el alivio de una huella
para que se agrieten de envidia esos vidrios helados que se abandonan a los terrenos intransitables.
 Emplearé todo el resto de mi vida en contemplar el suelo seriamente
ahora que ya nos importan cada vez menos las hadas,
 ahora que ya las luces más complacientes estrangulan de un golpe las primeras sonrisas de los niños
y exaltan a puntapiés el arrullo de las palomas
y abofetean al árbol que se cree imprescindible para el embellecimiento de un idilio o una finca.
 Mira siempre hacia abajo.
 Nada se te ha perdido en el cielo.
 El último ruiseñor es el muelle mohoso de un sofá muerto.
 Desde los pantanos,
¿quién no te ve ascender sobre un fijo oleaje de escorias,
 contra un viso de tablones pelados y boñigas de toros,
 hacia un sueño fecal de golondrina?


Rafael Alberti


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sábado, 26 de enero de 2013

...y Luciano García Lorenzo





(Luis López)



Quién me lo iba a decir
Rafael, Blas, Pepe, Gabriel, César, Pablo, Leopoldo,
quién nos iba a decir,
medio siglo después,
que estaría de nuevo buscando palabras para hacer
eso que se llamaba un poema social.
Para hablar otra vez,
cincuenta años después,
de las hambres de muchos y de la impunidad
de unos cuantos canallas,
Para poner en verso, es verdad que de escaso lirismo
(por aquello de la ética/estética),
que han vuelto las maletas de camino hacia el frío
y que la caridad se ha impuesto a la justicia.
Para decir, eso sí, sin pelos en la lengua,
sin caudillos ni yugos,
sin flechas y uniformes,
que aquí están otra vez los cuarenta ladrones prepotentes,
desalmados anónimos y siglas de diseño
o chusma explotadora con nombres y apellidos.

Y a bajar la cerviz, pues dicen, qué cabrones,
que esto es cuestión de ciclos.


                            Luciano García Lorenzo


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jueves, 24 de enero de 2013

Luis Martínez Ros




(Luis López)



JULIO VÉLEZ

Julio Murió un 23 de diciembre de hace exactamente veinte años.
Habré ido tantas veces  a tu dirección y sin embargo ya no se encontrarla. Era una casa  unifamiliar con patio, en un intrincado rincón del laberíntico barrio de Tetuán.  Si, intenté volver, pero la geografía de aquella zona ha cambiado mucho y me perdía una y otra vez.
Julio y yo  pasamos muchas horas en su pequeño despacho.
Nuestro compromiso político de entonces (PTE)  nos había asignado distintos papeles. Y nosotros éramos fieles al guión. Julio imaginaba y yo intentaba gestionar las utopías. Desigual tarea, a Julio siempre le sobraban ideas y a mi me escaseaban los recursos. Metidos en nuestro papel discutíamos con apasionamiento, que era realmente factible y como ponerlo en marcha. Podía resultar agotador y muchas veces también  bastante  estéril.
Los dos lo sabíamos y nos habíamos acostumbrado a aquella rutina. Después, siempre se imponía un final y un cambio de escenario. Guardábamos los documentos y empezaba la tertulia de amigos. Como aperitivo Julio escogía algún pequeño tesoro. Un disco, un viejo libro recién comprado. Así, poco a poco, desplegaba su magia, su especial duende. Una botella de manzanilla que acaban de mandarme. Escucha que canción mas hermosa. Fíjate en aquello. ¿Qué te parece esta otra maravilla?
De la discusión áspera a la confidencia y las empatías. Del fondo de un cajón sacaba un montón de cuartillas y me las leía. Eran textos mil veces revisados, pero Julio se apasionaba como en la primera lectura. Mira, ¿te acuerdas  de aquel verso? Ves, lo he cambiado; ahora está mucho mejor. Escucha, escucha




Las primeras muertes.

De golpe, descubrí un día que los poemas
no son más que gotas de lluvia contra
el ataúd de la muerte. Desde entonces
supe que los frutos del árbol sagrado
que desde pequeño habitaban en mi alma,
habían madurado a la vida. El sol
se había injertado en ellos y me descubrí
envejecido con fortuna. La ciudad me mostró
sus resonancias más íntimas y el olor
del azahar impregnó mi mirada.
Abracé en una caricia a mi amigo
y felices nos adentramos en la noche
luminosa y alcohólica. La ciudad
selló sus puertas y me quedé sólo en el pórtico.
Mis flechas las continuaré lanzando aguerridas
contra las columnas y las almenas.

J. V.

La vida es una acumulación de ausencias. Ya no se ir hasta aquella habitación perdida en un rumbo de la ciudad que apenas  reconozco.  Pero mi imaginación aun puede visitar aquellas cuatro paredes cargadas de libros, atestadas de imágenes, de sueños y de humo.  Caminar con nuestros recuerdos por la noche luminosa y alcohólica., hasta la misma orilla del día.
Hicimos unas cuantas cosas juntos. Editamos libros, carteles, varias revistas, La Pluma….Pero Julio se nos fue tan pronto. Aun están vivos en mi memoria algunos proyectos que nunca pudimos rematar y sobre todo está viva la rabia de no poder buscar tu casa y sentarme frente a ti en aquella mesa inundada  de fantasías y de ilusiones.
Julio nos haces falta. Ahora necesitamos más que nunca tus aguerridas flechas.

Luis Martínez Ros

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martes, 22 de enero de 2013

Querido Julio... / Búfalo





Querido Julio, quién me iba a decir que habría de adherirme a un homenaje a tí en el último momento y de esta manera.

Han pasado casi cuarenta años desde aquella cita clandestina en la calle Méndez Álvaro, cuando era una calle de fábricas y muros llenos de pintadas reivindicativas. Venías de Sevilla con el encargo de montar en Madrid la organización de profesionales y artistas del partido y desde luego que la montaste.

Supe que se preparaba este homenaje por Luis López Gil, que vino a visitarme a la librería (sí, qué cosas, ahora por fin soy librero) hace unos meses y me anunció que se estaba preparando. Quedó en enviarme información pero debió perder mi dirección de correo. Luego tuve alguna noticia vaga a través de Rafael Reig que a su vez la había sabido por Luis Martínez Ros y finalmente, al volver de unas vacaciones en Puerta de Hierro, me entero por Rafael de que el homenaje será este viernes.

La dirección de este correo la he encontrado gracias a Google (una cosa que tú no conociste y que sirve para encontrar información verdadera y falsa en cantidades industriales) y me alegra ver que en tu homenaje participa gente buena y muy buena, como tú te mereces, gente como Jota, o Luis López, o Rafael Reig, o sobre todo Alejandro Romero, a quien solamente vi un par de veces aunque me hablaste de él casi tantas horas como de Vallejo. Estarás entre amigos como siempre. Yo no iré a Madrid ese día (en realidad no bajo casi nunca) y me quedaré en Cercedilla sintiéndome como en aquel verso que te regalé para el Laooconte.

Un fuerte abrazo,

Búfalo


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lunes, 21 de enero de 2013

Julio Vélez




(Luis López)



XVII

Es increíble
lo que puede caber
en este saco.

Lo piensas
lleno a rebosar
sin que pudiera caber
siquiera una gota,
un esqueje,
un simple dedal
minúsculo.

Y sin embargo se abre
y no se rompe.
Se amplía
y no se rompe.
Puede caber un nuevo universo
y no se rompe.

Algunos, supongo,
lo explicarán por la existencia
de células, plasmas,
artilugios químicos.

Pero continúa siendo increíble
lo que puede caber en este saco
que llamamos corazón.


Julio Vélez (LOS FUEGOS PRONUNCIADOS, 1985)


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sábado, 19 de enero de 2013

Miguel Hernández / Los hombres viejos






Los hombres viejos

I
Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
 y una perilla obscena de culo de bellota,
 y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les explota.

Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
 de su senil niñez de polvo enlevitado,
 pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
 sonando a sepultura y oliendo a antepasado.

Parecen candeleros infelices, escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
 una congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde del retrete.

Con callos y verrugas, y coles y misales,
 la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
 mirando estos cochinos tan espirituales
con callos y verrugas en la extensión del alma.

Alma verrugicida, callicida la vuestra.
 Habéis nacido tiesos como los monigotes,
 y vivís de puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los bigotes.

Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
 disimuláis los cuernos con laureles de lata.
 No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un país de luna maquinal, mentecata.

Nacéis inventariados, morís previa promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito en las personas.

Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
 de un presidio siniestro de abogados y jueces.
 Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
 mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.

Herís, crucificáis con ojos compasivos,
 cadáveres de todas las horas y los días:
 autos de poca fe, pasto de los archivos,
 habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.

Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
 estas enciclopedias ahumadas, aplastantes.
 Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
 porque sus agudezas me resultan laxantes.

Porque se ponen huecos igual que las gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
 porque para pensar entran en las letrinas,
 en abismos rellenos de folios moribundos.

Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
 se repliegan sus frentes igual que acordeones,
 y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
 y el corazón les late por no sé qué rincones.

No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
 no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
 Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias reumáticas y canas.

Retretes de elegancia, cagan correctamente:
 hijos de puta ansiosos de politiquerías,
 publicidad y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las fotografías.

Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
 que unos soldados de alma patética deciden:
 ellos son los que tratan la verdadera muerte,
 ellos la verdadera, la ruda vida piden.

La vida es otra cosa, sucios señores míos,
 más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
 Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de múltiples esquinas.

Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
 por donde el cartón vaya paticojo y turista,
 rey entre maniquíes de pulso congelado.

Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
 porque no sois del tiempo presente ni el ausente.
 Os mata una verdad en el caduco nido:
 la que impone la vida del siempre adolescente.

Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
 porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
 A vosotros, vencidos, os trata como a extraños.







II

Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
 muladares de todo, tinajas, oquedades,
 lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
 inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.

Polvo, palabrería, carcoma y escritura,
 cornisas; orinales que quieren ser severos,
 y se llevan la barba de goma a la cintura,
 y duermen rodeados de siglos y sombreros.

Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
 lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
 Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se viste de acta en ellos con papel amarillo.

Los veréis adheridos a varios ministerios,
 a varias oficinas por el ocio amuebladas.
 Con el sexo en la boca canosa, van muy serios,
 trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.

Los veréis sumergidos entre trastos y coños
internacionalmente pagados, conocidos:
 pasear por Ginebra los cojones bisoños

con cara de inventores mortalmente aburridos.

Son los que recomiendan y los recomendados.
 La recomendación es un procedimiento.
 Por recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.

Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
 el disfraz cotidiano, la diaria postura.
 Ante su sordidez se nubla la peseta,
 se agota en su paciencia la estatua más segura.

A veces de la mala digestión de estos cuervos
que quieren imponernos su vejez, su idioma,
 que quieren que seamos lenguas esclava, siervos,
 dependen muchas vidas con signo de paloma.

A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
 insaciables de joyas, relumbronas de trato:
 fracasadas de título, caballares de acciones,
 relinchan por llevar el mundo en el zapato.

Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
con la categoría que quien las trata encierra:
 políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.

Se cae de viejo el mundo con tal matalotaje.
 hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
 valoran a los hombres por el precio del traje,
 cagan, y donde cagan colocan una fecha.

Van del hotel al banco, del hotel al paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
 Es humillar al prójimo su más noble deseo
y el esfuerzo mayor lo hacen meando a pulso.

Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con ametralladoras cálidas y canciones
os ametrallaremos, prehistóricas desgracias.

Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
 y os vencerá la férrea juventud de la vida,
 pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.

La juventud, motores, ímpetus a raudales,
 contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
 mueve unánimemente sus músculos frutales,
 sus máquinas de abril contra vosotros mueve.

Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
 La vejez es un don que cederá mi frente,
 y a vuestro lado es joven como la primavera.
 Sois la decrepitud andante y maloliente.

Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
 Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
 con este solo soplo dicté vuestra agonía.

Miguel Hernández

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jueves, 17 de enero de 2013

Ver lo visible / Rafael Reig




Diario Kafka / Ver lo visible



Rafael Reig

Mantenemos una sospechosa fe (o quizá consoladora esperanza o credulidad interesada) en que la poesía es el espacio de los buenos sentimientos. En verso todos nos volvemos unos angelitos, nadie ha roto un plato. En estos tiempos parece que ya no haya poemas llenos de odio, de rencor o de maldad; todos sirven para anuncios de perfumes o de compresas con alas, y no traspasan.
Fernando Pessoa ya estaba hasta las narices de tanta bondad y estalló en su asombroso Poema en línea recta, que termina así:

¡Ojalá oyese de alguien una voz humana
que confesase, no un pecado, sino una infamia;
que contase, no una violencia, sino una cobardía!
No, todos son el Ideal, si los escucho y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha sido
vil una vez?
¡Oh, príncipes, hermanos míos,
coño, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente en este mundo?
¿Entonces soy yo el único que es vil y erróneo en esta tierra?

Las mujeres podrán no haberlos amado,
pueden haber sido traicionados, pero ¡ridículos, nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo hablar yo con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

(Sigo, con algún capricho mío, la traducción de Ángel Crespo. Suyo es el ¡coño!, que conste).
Cuánta razón tenía el poeta portugués: apenas queda poesía humana, y por lo tanto vil, literalmente vil. 
Lo que hay en cambio es (abundante) poesía humanista.
En cuanto atravesamos la puerta y nos metemos en un poema, nuestro corazón está a salvo: todos somos príncipes, semidioses, almas cándidas. Si alguna vileza hay es de adorno, en sentido figurado, por pura coquetería, como en los versos de Jaime Gil de Biedma o en los del maldito adrede Leopoldo Panero, pero nunca “en el sentido mezquino e infame de la vileza”, sino en “en el buen sentido de la palabra bueno”.  



En la vida, qué remedio, cada semana (si no cada día) cometemos vilezas, ejercemos violencia contra los demás, los manipulamos (o como se dice ahora: utilizamos la “inteligencia emocional”), avasallamos a los de abajo y nos agachamos ante los de arriba, traicionamos, nos acobardamos y abusamos del débil, todo lo que tú quieras, pero siempre nos queda la poesía, tan complaciente, donde reencontrarnos por fin con nuestra propia humanidad.
La poesía es una res extra commercium, ese relicario que nos permite practicar, en el comercio con los otros, las virtudes propias del capitalismo (egoísmo, ambición despiadada, espíritu depredador o emprendedor), con la garantía de que basta abrir un libro de versos para recuperar nuestra humanidad intacta y convencernos de que no somos literalmente viles, salvo que lo exija el guión o el negocio.
El egoísmo es el aceite que lubrica la máquina económica, según Adam Smith, así que no podemos ir al trabajo con generosidad. Es mejor que dejemos los buenos sentimientos en casa, como se deja un abrigo en la consigna: ya nos lo volveremos a poner después del trabajo, con alguna poesía o con la tele, las canciones o las películas.
Esto es el humanismo: la poesía convertida en el hilo musical que nos convence de que, sin reducir la productividad laboral, también tenemos nuestro corazoncito ¡y hemos sufrido tanto en esta vida!
Como Pessoa, muchos nos preguntamos dónde habrá una voz humana, en lugar de otro eco humanista.
Y como de costumbre, la respuesta es que hay que hacer los deberes y leer a los clásicos.
Antes de la poesía pop, desde Villon a Shakespeare, los versos estaban llenos de violencia, de las más feas pasiones del espíritu humano, de vileza en sentido literal.
Si empezamos por el principio, veremos en la Ilíada a Héctor, vencido, que dirige a su enemigo Aquiles una última súplica: que no permita que le despedacen los perros.

Por tu vida te ruego y tus rodillas
y tus progenitores,
no permitas que al lado de las naves
de los aqueos, canes me devoren.

(Sigo la traducción de Antonio López Eire).
Héctor, el hijo de Príamo, llega a ofrecerle a Aquiles bronce y oro a cambio de que respetara su cadáver.
En cualquier narración contemporánea, Aquiles habría rendido honras fúnebres al enemigo.
Los grandes poetas, como Homero, acostumbran a ser mucho más punkis que los ganadores del premio Loewe, así que Aquiles le responde que ni las rodillas le conmueven:

No me supliques, ¡perro!,
ni por mis padres ni por mis rodillas;
¡Ojalá de algún modo a mí mismo
corazón y coraje me indujeran
a cortarte en pedazos y tus carnes
comérmelas yo crudas.

No se lo llega a merendar, pero le quita las armas y golpean por turno el cadáver, entre insultos y risotadas, y después:

De ambos pies, por la parte de atrás,
taladró sus tendones
desde el tobillo hasta el talón.

Y le ata por las piernas a su carro, “mas su cabeza dejó que se arrastrara”, fustiga los caballos y se pasea con el cargamento ante los (llorosos) ojos de Príamo, el padre de Héctor, y ante la madre, que “cabellos se arrancaba”.
Como apunta Lawrence Leshan, una cosa es la “realidad mítica” de la guerra y otra, muy distinta, su “realidad corporal”.
Lo mismo vale para el resto de los asuntos de los que se ocupa la poesía contemporánea: el amor, la muerte, el fracaso, esas cosas de poetas, que en estos tiempos tanto esquivan la “realidad corporal”, lo material, lo humano.
A los poetas, como a los políticos, habría que preguntarles siempre cuánto vale un café o un billete de metro.
A mí modo de ver, entre el humanismo y lo humano hay la misma distancia que entre el sentimentalismo y los sentimientos.
Freud solía decir que los problemas son como las nueces: si no puedes abrir una, aprieta dos juntas en el puño y una de ellas se abrirá.
Los dos libros de poemas que recomiendo leer (y que leí por recomendación de Eduardo Vilas) son casi de la misma fecha: Morgue, de Gottfried Benn, publicado en Berlín en 1912; y Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, que se publicó en Nueva York en 1915. Los dos se convirtieron en best sellers de inmediato.
Spoon River es un pequeño pueblo de la Norteamérica profunda y tradicional. El cementerio está en una suave colina y éste es el escenario del libro de Lee Masters. Cada una de las tumbas cuenta su historia con su propia voz: cómo vivió y qué le condujo hasta allí. Como si fueraWinesburg, Ohio, de Sherwood Anderson (o, sin ir tan lejos, Crónicas de un pueblo): tumba a tumba, el coro póstumo va tejiendo la historia no contada del pueblo, la cara oculta de esas vidas que se resumen con un epitafio en verso.
El resultado es conmovedor, aunque algo monótono y previsible (para mi gusto), y el conjunto ofrece una imagen serena y moralista.
Como escribió Manuel Rico en El País: “Un clásico de la poesía anglosajona que, como todo clásico, nos habla de las incertidumbres de todo ser y de todo tiempo”.
No se puede definir mejor en menos palabras el humanismo: ese tesoro, fuera del espacio y el tiempo, que custodia la poesía (esa humanidad nuestra que es preferible que no llevemos al trabajo). Son  sentimientos que al parecer comparten el patrón y el empleado, el campesino medieval y un notario de Pontevedra hacia 1975, Cicerón el senador y Espartaco el esclavo.
Se trata, como dice Lee Masters, de esas “ unseen forces / that govern the processes of life” (fuerzas invisibles que gobiernan los procesos de la vida).
Frente al humanismo abstracto, lo humano siempre es concreto. Nunca “de todo ser y de todo tiempo”, sino aquí y ahora, y para esta persona.



Las fuerzas son visibles, materiales, a menudo viles en su sentido más literal.
El escenario de Morgue es, en su mayor parte, un depósito de cadáveres. Los muertos no tienen voz con la que relatar su historia: hablan sus cuerpos, a través de los cuales el poeta (esa primera persona de los poemas) nos cuenta su historia.
Abre el libro un poema que da una idea del tono. Se titula Kleine Aster, que puede traducirse como “Pequeño Áster”, a condición de que uno sepa qué es un áster (o aster, como prefiere la Academia, pero no María Moliner).
No es mi caso, por supuesto: ni idea de ásteres o asteres.
Para entender el poema basta saber que un áster es una flor, parecida a la margarita, aunque tampoco estorba saber además que áster viene del latín (y del griego) y significa estrella.
Sigo la traducción de Verónica Jaffé.

El cadáver del conductor de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor oscura —clara— lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!
¡Descansa en paz,
pequeño áster!

Una estrella fugaz, un asteroide, que se desliza en la oscuridad del interior del cuerpo, desde la boca hacia el cerebro: a veces la etimología nos proporciona un valor (un placer) añadido.
Gottfried Benn construye la realidad corporal y humana de la muerte; Lee Masters elabora la realidad ficticia, es decir, moral y humanista.
El humanismo trabaja con las “invisibles fuerzas”, que son “de todo ser y de todo tiempo”.
La humanidad trabaja con lo visible, aquí y ahora. Por eso la poesía clásica es tan violenta.
Porque, como decía Fernando Pessoa: “¡Qué difícil es ser consecuente y no ver sino lo visible!”

Rafael Reig


Fuente: http://www.eldiario.es/Kafka/Violencia_0_73143173.html


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