domingo, 30 de marzo de 2014

Ingeborg Bachmann







Currículum Vitae

Larga es la noche,
larga para el hombre
que no puede morir, largamente
se tambalea bajo farolas
su ojo desnudo y su ojo
cegado por el aliento de aguardiente, y el olor
a carne mojada bajo sus uñas
no siempre le aturde, oh dios,
larga es la noche.

Mi cabello no se encanece
porque salí del vientre de las máquinas,
Rosarroja* me untó de alquitrán la frente
y los mechones, habían estrangulado
a su hermana, blanca como la nieve. Pero yo,
el jefe de la tribu, pasé por la ciudad
de diez veces cien mil almas, y mi pie
pisaba las cucarachas del alma bajo el cielo de cuero, del cual
pendían diez veces cien mil pipas de la paz,
frías. Una calma de ángeles
deseé a menudo para mí
y cotos de caza llenos
de los gritos impotentes
de mis amigos.
Con las piernas y las alas abiertas
subía la sabihonda juventud
sobre mí, sobre el estiércol, sobre el jazmín,
hacia las inmensas noches del secreto
de la raíz cuadrada, la leyenda de la muerte
empaña mi ventana cada hora,
dadme euforbia y verted
la risa en mi garganta
de los viejos que nos antecedieron, cuando
caiga yo sobre los infolios
en el sueño vergonzoso,
para que no pueda pensar,
para que juegue con flecos
de los que cuelgan serpientes.

También nuestras madres
soñaron con el futuro de sus maridos,
los vieron poderosos,
revolucionarios y solitarios,
pero después del retiro los han visto encorvados en el huerto
sobre las llameantes malas hierbas,
mano a mano con el fruto charlatán
de su amor. Triste padre mío,
¿por qué callasteis entonces
y no habéis seguido pensando?

Perdido en las cascadas de fuego,
En una noche junto a un cañón
que no dispara, condenadamente larga
es la noche, bajo el esputo
de una luna enfermiza, su luz
biliosa, pasa volando sobre mí
el trineo con la historia
embellecida,
en la vía del sueño de poder (lo cual no impido).
No era que yo durmiese: estaba despierto,
entre esqueletos de hielo buscaba el camino,
volvía a casa, me ceñía el brazo
y la pierna con hiedra y con restos
de sol blanqueaba las ruinas.
Respeté los días festivos,
y sólo si mi pan estaba bendecido
lo comía.

En una época arrogante
hay que pasar de prisa
de una luz a otra, de un país
a otro, bajo el arco iris,
con la punta del compás en el corazón,
tomando la noche por radio.
Abierto de par en par. Desde las montañas
se ven lagos, en los lagos
montañas, y en el armazón de las nubes
se balancean las campanas
de un mundo. Saber de quién
es ese mundo, me está prohibido.

Ocurrió un viernes:
-yo estaba ayunando por mi vida,
el aire chorreaba del zumo de los limones
y la espina estaba clavada en mi paladar¬
entonces saqué del pez abierto
un anillo que lanzado
al nacer yo, cayó en el río
de la noche y se hundió.
Yo volví a lanzarlo a la noche.

Oh ¡si no tuviera miedo a la muerte!
Si tuviera la palabra
(y no la errase)
si no tuviera cardos en el corazón
(y rechazara el sol),
si no tuviera avidez en la boca
(y no bebiera el agua salvaje),
si no abriera el párpado
(y no hubiera visto la cuerda).
¿Están tirando del cielo?
Si no me sostuviera la tierra
hace tiempo que yacería quieta,
hace tiempo que yacería
donde me quiere la noche,
antes de que hinche las narices
y levante su casco
para nuevos golpes,
siempre para golpear.
Siempre la noche.
Y nunca el día. 

Ingeborg Bachmann

*Rosarroja y Blancanieves son hermanas en el cuento.

De "Invocación a la Osa Mayor" Ediciones Hiperión 2001
Versión de Cacilia Dreymüller y Concha García.



***

viernes, 28 de marzo de 2014

LEOPOLDO MARÍA PANERO EN RETRATO CON FONDO ROJO. / Jesús Felipe Martínez






Efectivamente al llegar a la cafetería Ramiro se despidió deseándome suerte con una sonrisa socarrona. Nos sentamos en una mesa del fondo, lejos del parloteo de cuatro señoras bien provistas de tazas de chocolate humeante y mojicones dorados. Tras pedir dos cafés con leche, José me preguntó si había oído hablar de “Las tertulias culturales”. Cuando vio mi cara de desconcierto se echó a reír y me explicó que no se refería a las estudiadas en Literatura ni a las reuniones de viejos en un café, sino a reuniones de jóvenes con inquietudes culturales y políticas, “vamos de muchachos de 6º de bachillerato y Preu que quieren informarse y discutir de temas de actualidad como hacemos en la Universidad… Sí, lo has dicho muy bien. Una especie de Preuniversitario, pero cultural y político”. Luego me explicó que, dada la falta de libertad en España, se corrían pequeños riesgos por lo cual había que extremar las precauciones: No hablar con nadie de estas reuniones, tener mucho cuidado de dónde nos reuníamos, hablar bajo pero de forma natural para no levantar sospechas, no apuntar ni nombres ni teléfonos ni nada que pudiera servir para delatarnos a nosotros o a otros… Llegado este punto y viendo alguna expresión de temor en mi cara, me tranquilizó diciendo que no fuese a pensar que me podían meter en la cárcel ni nada por el estilo, no cometíamos ningún delito, solo que estas cosas no le hacían mucha gracia al Régimen y la Brigada Político Social podría asustarnos pidiéndonos la documentación o con alguna amenaza. Nada importante. Luego me dio una hoja mecanografiada explicándome que se trataba de los estatutos de estas Tertulias, que los leyera y estudiara con detenimiento y luego rompiera o quemara la hoja y que si estaba de acuerdo con entrar en las Tertulias llamase por teléfono al día siguiente a Leopoldo María Panero, “sí, el hijo del poeta, busca el número en la guía, en la calle Ibiza, él te informara de todo. Bueno, tengo que irme. Encantado y piénsatelo bien, es una oportunidad importante para formarte políticamente y conocer gente interesante.”
Se levantó sin darme opción a acompañarle, pagó los cafés y se marchó dejándome bastante confuso. Con un poco más de experiencia habría comprendido que este joven supuestamente llamado José correspondía al arquetipo de militante, en este caso de las Juventudes Comunistas. Pero entonces nada de esto sabía ni muchos menos que las “tertulias” no eran sino la manera de plasmar en el bachillerato la consigna de extender la influencia del Partido a sectores cada vez más amplios de la sociedad, de utilizar _o crear_ plataformas legales o semilegales donde formar demócratas o futuros militantes.


No mucha más información de la que me había dado José se desprendía de la lectura de los estatutos. Se insistía en los fines de ampliar los horizontes culturales, del debate democrático y libre, en compromisos de seriedad, respeto de las opiniones contrarias, precauciones necesarias… Así que rompí la hoja, tiré los pedacitos al retrete y salí de la cafetería con la decisión de buscar el teléfono en la guía nada más llegar a casa para llamar a Leopoldo Panero. Este era otro hecho que me desconcertaba de mi experiencia en Madrid: de los tres chicos comprometidos que había conocido hasta ahora, dos eran hijos de personas de derechas: Luis Emilio de un policía, y este tertuliano de un famoso poeta falangista…
Como el chirimiri se iba volviendo en lluvia y no llevaba paraguas, hoy no podría llegar andando hasta Bilbao para, en la confitería de la plaza, comprar la deliciosa bamba de nata para mi merienda y coger allí el metro directo hasta Estrecho.

Las tertulias
 Leopoldo me había citado el domingo a la salida del metro de Ventura Rodríguez diciéndome que lo reconocería fácilmente porque vestiría un traje negro y llevaría el Ya en la mano en forma de cucurucho.
Y allí estaba a las seis de la tarde. Perfectamente atildado con su traje, corbata y chaleco incluidos. Ignoro qué le movía a vestir de oscuro a pesar de ser muy delgado, incluso más que yo. Su sonrisa era de las más acogedoras que he conocido, y hasta sus palabras burlonas referidas a mi aspecto infantil adquirían un sentido cariñoso. Además de sus continuas gesticulaciones con la mano derecha armada con el Ya me sorprendió el tono de su voz, entre gangoso, engolado y amanerado, como si necesitase silabear las palabras, siendo una persona sencilla y sin recovecos.



Todo el camino hasta el lugar de la cita fue interrogándome sobre mi vida y milagros sin perder la ocasión de hacer afables bromas a mi costa y con esa peculiar característica de su personalidad: el contraste entre el tono burlón de sus palabras y la tristeza desasosegada y profunda de su mirada. En todo el tiempo que traté a Panero siempre tuve la impresión de que culpaba a la vida de algo de lo cual no estaba muy seguro.
El lugar de ésta y de la mayoría de nuestras citas se situaba en el café Viena, en la calle de Luisa Fernanda, uno de esos cafés creados al rebufo del Modernismo en todas las ciudades importantes europeas, donde se seguirían sentando las siguientes generaciones de aspirantes a escritores, artistas o políticos.
Los nuestros, los de nuestra tertulia ya aposentados detrás de sus cafés con leche, eran tres, obviamente sin contarnos a Leopoldo y a mí. Con uno de ellos coincidí pocas veces. Creo que se llamaba Diego y sólo recuerdo que participaba poco en las discusiones, salvo cuando salía algo relacionado con el cine, tema en el que era un verdadero pozo de sabiduría. ( Más adelante aprendería que podía haber dos personas más documentadas en todo lo relacionado con el Séptimo arte: mi hermano Antonio y Carlos Álvarez). Al finalizar una de las sesiones en que coincidimos Diego y yo fuimos andando hasta Sol para tomar allí el metro. Durante el camino le conté que yo también era socio de la filmoteca e iba al teatro Beatriz con mis hermanos algunas noches. Y nos enredamos _sobre todo él_ en las maravillas que habíamos visto del expresionismo alemán, por no hablar de El acorazado Potenkin, o de Octubre… Menos acordes estuvimos en la valoración de El nacimiento de una nación de Griffith. Mis acusaciones de racismo y antesala del nazismo pronto naufragaron ante la marea de datos técnicos sobre planos, encuadres, montajes paralelos, profundidades de campo, retrospectivas y no recuerdo cuántas virtudes más que habían sentado las bases del cine moderno. De lo que sí me acuerdo es de la comparación que hizo con la Ilíada y la Odisea, de lo absurdo que sería condenar estas obras por clasistas o machistas. Como habíamos llegado a la Puerta del Sol y yo tampoco estaba muy seguro de mis argumentos, no hablé de ideologías de clase, dominantes o exclusivas. Creo que después de esta charla no volví a coincidir con este compañero tan interesante.
Con quienes sí tuve más contacto tanto en otras tertulias como en mi posterior faceta universitaria fue con la pareja que acompañaba a nuestro crítico cinematográfico. Con Leopoldo Lovelace muy ocasionalmente después del Preu, por cuanto él estudió Económicas. En dos o tres ocasiones coincidimos en casa de unos amigos comunes, Esther Manzano y Juan José Aparicio, a quienes luego me referiré y creo que también en alguna reunión política. Más significativa fue mi relación con Susana López, porque ella sí estudio Filosofía y Letras y, sobre todo, porque era la responsable política del PCE de esta facultad y nos encontrábamaos tanto en reuniones de célula como de comité.
Volviendo a mi toma de contacto con la tertulia del café Viena, mi recuerdo más nítido es el de sentirme como gallina en corral ajeno hasta el punto de que, a los cinco minutos, estuve a punto de levantarme y despedirme con cualquier excusa para no volver más. Creo que Panero se percató de ello, me sonrió y nos hizo reparar en un par de señores con sombrero, sentados en la mesa de enfrente planteándonos cuál de los dos suponía la reencarnación de don Antonio Machado. Y la verdad es que ambos se parecían bastante a la foto del poeta sevillano del libro de Literatura de este año.
Seguramente esta broma me relajó y me hizo abstraerme un poco de la discusión sobre no sé qué resolución de las Naciones Unidas, y reparar en el establecimiento. Todo aquel ambiente me causaba una sensación de admiración, respeto y melancolía que me hacía recordar la experimentada años atrás en la catedral de Jaén cuando fui a examinarme de la beca. Tal vez porque ahora también me estaba examinando de algo mucho más inconcreto. Los mármoles jaspeados de las mesas, la blancura de las paredes a juego con las chaquetillas de los camareros, los biombos y alacenas con celosías separando ambientes, los espejos, las vitrinas repletas de licores exóticos en botellas de fantasía, las conversaciones casi reducidas a susurros hasta el punto que, a veces, llegaba la voz lejana de la radio dando cuenta de algún partido de fútbol, todo ello me acoquinaba tanto como estos chicos tan sabios, especialmente Lovelace, que intercalaba continuamente citas en su discurso. Quien no tuvo muchos reparos para levantarse fue Diego, saludándonos educadamente y excusando su partida con algún pretexto vulgar.
Susana López y Leopoldo Lovelace discutían sobre algo de lo que yo tenía tan poca idea como interés: la conveniencia o no de la independencia de Rhodesia. Leopoldo se mostraba apasionado defensor de los ingleses leyendo datos y cifras de una revista que esgrimía como la Biblia. Susana escuchaba en silencio estas parrafadas que el otro iba leyendo no muy fluidamente y lo miraba desde la claridad acerada de sus ojos, fría y burlonamente. Las réplicas sentenciosas de Susana a quien años después sería su marido estaban llenas de ironía: “Los ingleses, líderes del antirracismo. Todos lo sabemos. La historia también”.



Panero parecía entretenido con minucias relacionadas con colocar la cucharilla sobre la taza en distintos equilibrios o con los parroquianos que entraban y salían. En un momento determinado debió de enfadarse porque dijo con voz profunda que eso no era sino las contradicciones del capitalismo, las mismas por las cuales venían dándose de hostias desde el Renacimiento. Luego se puso a hablar conmigo de algo y, de improviso, nos interrumpió un personaje entrañable.


Retrato con fondo rojo. Jesús Felipe Martínez.
Edit Caballo de Troya 2013



***

miércoles, 26 de marzo de 2014

Cuatro poemas de Umberto Saba






Perspectiva
 
La gente aprisa dispersa. 
                                          En la avenida
hileras de árboles desnudos,
al fondo allá donde se esfuman los campos,
se aproximan –parece– hasta estrecharse.    
Y entra aquí un poco de ese cielo lila
que turba y no consuela.
                                           Breve tarde,
demasiado, a la vista, tranquila.



El cristal roto

Todo se mueve contra ti. El mal tiempo,
las luces que se apagan, la vieja
casa sacudida por una ráfaga y que amas
por el mal sufrido, las perdidas
esperanzas, alguna dicha en ella gozada.
Sobrevivir te parece negar
obediencia a las cosas.
                                       Y en el destrozo
del cristal en la ventana está la condena. 



Primavera

Primavera que no aprecio, quiero
decir de ti que de una calle la esquina
doblando, tu presagio me hería
como una cuchilla. La sombra aún leve
de ramas desnudas sobre la tierra aún
desnuda me turba, casi también podría yo
debería
renacer. La tumba
parece insegura ante tu inminencia, antigua
primavera, que más que otra estación
cruelmente resucitas y matas. 




Límite 

Habla conmigo largamente mi compañera
de cosas tristes, graves, que sobre el pecho
pesan como una piedra; maraña
de males inextricables, que ninguna
mano, tampoco la mía, puede desatar.
Un pájaro
de la casa de enfrente sobre el alero
se posa un instante, al sol brilla, regresa
al cielo azul que lo cobija.
                                          ¡Oh, él
dichoso entre los dichosos! Tiene alas, ignora
mi pena secreta, mi dolor
de hombre junto a un límite: la certeza
de no poder salvar a quien se ama. 

Umberto Saba

 Traducción de José Luis Fernández Castillo




***

lunes, 24 de marzo de 2014

Oda a Walt Whitman / Federico García Lorca





Oda a Walt Whitman / Federico García Lorca


Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ése! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

Federico García Lorca



***

sábado, 22 de marzo de 2014

Salutación a Walt Whitman / Fernando Pessoa






Salutación a Walt Whitman / Fernando Pessoa

Traducción de Francisco Cervantes



Portugal Infinito, once de junio de mil novecientos
quince…
Hé-lá-á-á-á-á-á-á!

Desde aquí de Portugal, todas las épocas en mi cerebro,
te saludo, Walt, te saludo, hermano mío en el Universo,
yo, con monóculo y saco exageradamente adornado,
no soy indigno de ti, bien lo sabes, Walt,
no soy indigno de ti, basta saludarte para no serlo…
Yo tan cercano a la inercia, tan fácilmente lleno de tedio,
soy de los tuyos, tú bien lo sabes, y te comprendo y te amo,
y aunque no te conociera, nacido por los años en que tú
moriste,
sé que me amaste también, que me conociste, y estoy
contento.
Sé que me conociste, que me contemplaste y me explicaste,
sé qué es eso que yo soy, ya sea en Brooklyn Ferry diez años
antes que yo naciera,
ya sea por la Rúa del Oro pensando en todo lo que no es la
Rúa del Oro,
y conforme tú sentiste todo, lo siento yo todo, y acá vamos
tomados de las manos,
tomados de las manos, Walt, tomados de las manos, bailando
el universo en el alma.

¡Oh, siempre moderno y eterno, cantor de los concretos
absolutos,
concubina fogosa del universo disperso,
gran pederasta frotándote contra la diversidad de las cosas,
sexualizado por las piedras, por los árboles, por las personas,
por las profesiones,
celo de los pasajes, de los encuentros casuales, de las
meras observaciones,
entusiasta mío por el contenido de todo,
grande héroe mío entrando por la muerte, de los a los pinos,
y a las hurras, y a los entusiasmos, y a los gritos saludando
a Dios!

¡Contenedor de la fraternidad feroz y tierna para con todo,
gran demócrata epidérmico, contigo a todo en cuerpo
y alma,
carnaval de todas las acciones, bacanal de todos los propósitos,
hermano gemelo de todos los arranques,
Juan Jacobo Rousseau del mundo que iba a producir
las máquinas,
Hornero de lo insaisissable de lo flotante carnal,
Shakespeare de la sensación que comienza a marchar a vapor,
Milton-Shelley del horizonte de la electricidad futura!
Íncubo de todos los gestos,
orgasmo hacia adentro de todos los objetos fuerza,
Souteneur de todo el Universo,
ramera de todos los sistemas solares…

¡Cuántas veces beso yo tu retrato!
Allá donde te encuentras ahora (no sé dónde es pero
es Dios)
sientes esto, sé que lo sientes, y mis besos son más calientes
(entre la gente)
y tú así es que los quieres, viejo mío, y agradeces desde allá,
lo sé bien, algo me lo dice, algo agradable en mi espíritu

una erección abstracta e indirecta en el fondo de mi alma.

Nada de engageant, pero ciclópico y musculoso,
sino frente al Universo con tu actitud que era de mujer,
y cada hierba, cada piedra, cada hombre era para ti
el Universo.

¡Mi viejo Walt, mi gran Camarada, evohé!
Me integro a tu orgía báquica de sensaciones en libertad,
soy de los tuyos, desde la sensación de mis pies hasta
la náusea de mis sueños,
soy de los tuyos, mírame a mí, de ahí desde Dios me ves
al contrario:
desde adentro para afuera… Mi cuerpo es lo que adivinas,
ves el alma mía—
ésa es la que ves tú propiamente y al través de tus ojos
mi cuerpo—
¡Mírame a mí: tú sabes que yo, Álvaro de Campos,
ingeniero,
poeta sensacionista,
no soy tu discípulo, no soy tu amigo, no soy tu cantor,
tú sabes que yo soy Tú y estás contento de ello!

Nunca puedo leer tus versos de corrido… Hay ahí demasiado
sentimiento…
Atravieso tus versos como una multitud a encontrones
contra mí,
y me huele a sudor, a aceites, la actividad humana y mecánica.
En tus versos, a cierta altura no sé si los leo o si los vivo,
no sé si mi lugar real está en el mundo o en tus versos,
no sé si estoy aquí, de pie sobre la tierra natural,

o de cabeza hacia abajo, colgado en una especie
de establecimiento,
en el techo natural de tu inspiración de tropel,
en el centro del techo de tu intensidad inaccesible.

¡Ábranme todas las puertas!
¡A fuerza que he de pasar!
¿Mi señal? ¡Walt Whitman!
¡Pero yo no ofrezco indicación alguna…
Paso sin explicaciones…
Si es necesario me introduzco entre las puertas…
Sí, yo, frágil y civilizado, me introduzco entre las puertas…
porque en este momento no soy frágil ni civilizado,
soy yo, un Universo pensante de carne y hueso, queriendo
pasar,
que ha de pasar a fuerza, porque cuando quiero pasar
soy Dios!

¡Quítenme esa basura de mi frente!
¡Pónganme en cajones esas emociones!
De aquí al exterior, políticos, literatos,
comerciantes pacatos, policía, meretrices, souteneurs,
todo eso es la letra que mata, no el espíritu que da la vida
¡El espíritu que da la vida en este momento soy yo!
¡Que ningún hijo de la… se me atraviese en el camino!
¡Mi camino es a través del infinito hasta llegar al fin!
¡Si soy capaz de alcanzar el fin o no, no es contigo,
es conmigo, con Dios, con el sentido— yo de la palabra
infinito…
Hacia el frente!
¡Pico con las espuelas!
Siento las espuelas, soy el mismo caballo que yo monto,
porque yo, para mi voluntad de consustanciarme
con Dios,
puedo ser todo, o puedo ser nada, o cualquier cosa,
según me da la gana… Nadie tiene nada con eso…
¡Locura furiosa! Ganas de gritar, de saltar,
de berrear, pegar, dar saltos, gritos con el cuerpo,
de cramponner-me a las ruedas de los vehículos y meterme
abajo,
de meterme adelante del giro del chicote que va a golpear,
de ser la perra de todos los perros y no me bastan,
de ser el volante de todas las máquinas y la velocidad
sin límite,
de ser el atropellado, el abandonado, el desplazado,
el acabado,
baila conmigo, Walt, allá desde el otro mundo, esta furia,
salta conmigo en esta batucada que se embarra con los astros,
cae conmigo sin fuerzas en el suelo,
embárrate conmigo estúpidamente en las paredes,
pártete y espárcete conmigo
en todo, por todo, a la vuelta de todo, sin todo,
rabia abstracta del cuerpo haciendo maelstroms en el alma…

¡Arre! ¡Vamos hacia allá al frente!
Aun si el mismo Dios lo impide, vamos allá al frente…
No hay ninguna diferencia…
Vamos allá hacia al frente y sin ser de ninguna parte…
¡Infinito! ¡Universo! ¡Meta sin meta! ¿Qué importa?

(Déjame quitarme la corbata y desabotonarme el cuello.
No se puede tener mucha energía con la civilización
en torno al cuello…)
Ahora sí, partamos, vamos hacia allá al frente.

¡En una gran marche aux flambeaux-todas-las-ciudades-de-
Europa,
en una gran marcha guerrera la industria, el comercio y
el ocio,
en una gran carrera, en una gran subida, en una gran
bajada
estruendosa, saltando, saltándolo todo conmigo,
salto para saludarte, berreo para saludarte,
me desencadeno para saludarte, brincando y guiñando!

Por eso es a ti a quien agradezco
mis versos saltos, mis versos brincos, mis versos orgasmos,
mis versos-ataques-histéricos,
mis versos que arrastran el carro de mis nervios.
A trompicones me inspiro,
apenas pudiendo respirar, tenerme en pie me exalto,

y mis versos son que yo no pueda estallar de vivir.
¡Ábranme todas las ventanas!
¡Arránquenme todas las puertas!
¡Empujen toda la casa por encima de mí!
¡Quiero vivir en libertad en el aire,
quiero hacer gestos más allá de mi cuerpo,
quiero correr como la lluvia hacia abajo de las paredes,
quiero ser pisado en las carreteras anchas como las piedras,
quiero ir, como las cosas pesadas, hacia el fondo
de los mares,
con una voluptuosidad que ya está lejos de mí!

¡No quiero cerradura en las puertas!
¡No quiero cerraduras en los cofres!
¡Quiero intercalarme, inmiscuirme, ser llevado,
quiero que me hagan propiedad enfermiza de algún otro,
que me limpien los cajones,
que me arrojen a los mares,
que me vayan a buscar a casa con fines obscenos,
sólo para no estar aquí sentado y quieto,
sólo para no estar sencillamente escribiendo estos versos!

¡No quiero intermedios en el mundo!
¡Quiero la continuidad penetrada y material de los objetos!
¡Quiero que los cuerpos físicos sean los unos de los otros
como las almas,
no soy dinámicamente, sino estáticamente también!

¡Quiero volar y caer desde muy alto!
¡Ser estrellado como una granada!
¡Ir a parar a… ser llevado hasta…
Auge abstracto en el fin de mí y de todo!

¡Clímax a hierro y motores!
¡Escaleras arriba de la velocidad, sin grados!
¡Bomba hidráulica desanclándome las entrañas sentidas!

¡Pónganme grilletes sólo para que yo los parta!
¡Sólo para que yo los parta con los dientes, y que los dientes
sangren
placer masoquista, espasmódico con sangre, de la vida!

Los marineros me llevaron preso,
me ajustaron las manos en lo oscuro,
morí temporalmente al sentirlo,
enseguida mi alma lamió el suelo de la cárcel privada,
y la gallina ciega de las imposibilidades me rodeaba
como un cinturón.

¡Salta, brinca, toma el freno con los dientes,
pegaso de hierro en brasas de mis ansias inquietas,
paradero indeciso de mi destino a motores!

He calle Walt:

¡Puerta hacia todo!
Puente para todo!
¡Carretera para todo!
Tu alma omnívora,
tu alma ave, pez, fiera, hombre, mujer,
tu alma de dos donde hay dos,
tu alma o una que son dos cuando dos son una,
tu alma flecha, rayo, espacio,
amplexo, nexo, sexo, Texas, Carolina, New York,
Brooklyn Ferry en la tarde,
Brooklyn Ferry de las idas y de las vueltas,
¡Libertad, democracy, siglo veinte a lo lejos!
¡purn, pum, pum, pum, pum,
pum!

¡Tú, lo que eras, tú lo que veías, tú lo que oías,
el sujeto y el objeto, el activo y el pasivo,
aquí y allí, en todas partes tú,
círculo cerrando todas las posibilidades de sentir,
marco milenario de todas las cosas que pueden ser,
Dios Terminal de todos los sujetos que se imaginan que eres tú.
¡Tu Hora, tu Minuto, tu Segundo!
Tu intercalado, liberado, desfondado, ido,
intercalación, y liberación, ida, desfondamiento,
tu intercalador, liberador, desfondador, remitente,
comodín en todas las cartas,
nombre en todas las direcciones,
mercadería entregada, devuelta, siguiendo…
Tren de sensaciones y alma a kilómetros por hora,
por hora, por minuto, por segundo, ¡pum!

Ahora que estoy casi muriendo y veo todo ya claro,
Gran Libertador, vuelvo sumiso a ti.

Sin duda tuve un fin adecuado a mi personalidad.
Sin duda porque se explicó, quise decir algo
pero hoy, mirando hacia atrás, sólo un ansia me queda—
No haber tenido tu calma superior por ti mismo,
tu liberación constelada de la Noche Infinita.

No tuve tal vez misión alguna sobre la tierra.

Ah que voy a llamar
al privilegio ruidoso y ensordecedor de saludarte
todo lo hormigueantemente humano del Universo,
todas las formas de todas las emociones
todos los hechizos de todos los pensamientos,
todas las ruedas, todos los volantes, todos los émbolos
del alma.

Ah que yo grito
y en un cortejo de Mí hasta que estallen en ti
con una algarabía metafísica y real,
con un barbarismo de cosas que pasan por adentro sin nexo

¡Ave, salve, viva, oh grande bastardo de Apolo,
amante impotente y fogoso de las nueve musas y de las gracias,
funicular del Olimpo hasta nosotros y de nosotros hasta
el Olimpo.

Fernando Pessoa


***



Álvaro de Campos, «un Walt Whitman con un poeta griego dentro». (Fernando Pessoa)



***

jueves, 20 de marzo de 2014

Miguel Hernández / ETERNA SOMBRA





ETERNA SOMBRA

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin rastro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha,
por donde ver tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

Miguel Hernández



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