martes, 30 de junio de 2015

“¿ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR?" / Charles Bukowski




“¿ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR?" 

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.


Charles Bukowski



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viernes, 26 de junio de 2015

Antonio Ferres





Las ciudades de la sed

Las aspas chirrían con el viento
Y el agua sube desde la tierra en sombra
Hasta el charco de luz
Donde apagar la sed
La siesta interminable
Mis ojos y yo mismo en el espejo
Ofreciéndome caminos
Hacia ciudades nuevas
Aún no nacidas
Relámpagos en el cielo nublado
De la tarde
Allá donde tú existías
-tan joven-
Llegada de otra parte
Como el recuerdo de otra vida
Donde andábamos sedientos.

Antonio Ferres

de París y otras ciudades encontradas, Gadir, Madrid, 2010



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sábado, 20 de junio de 2015

Palabra viva y de repente / Blas de Otero




Palabra viva y de repente

Me gustan las palabras de la gente.
Parece que se tocan, que se palpan.
Los libros, no; las páginas se mueven
como fantasmas.
Pero mi gente dice cosas formidables,
que hacen temblar a la gramática.
¡Cuánto del cortar la frase,
cuánta de la voz bordada!
Da vergüenza encender una cerilla,
quiero decir un verso en una página,
ante estos hombres de anchas sílabas,
que almuerzan con pedazos de palabras.
Recuerdo que una tarde
en la estación de Almadén, una anciana
sentenció, despacio:”-Sí, sí; pero el cielo y el infierno
está aquí” Y lo clavó
con esa n que faltaba.

Blas de Otero



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martes, 16 de junio de 2015

José Luis Gallero





CACTUS
Los que buscan oro cavan mucho y encuentran poco.
Heráclito [Fragmento 22]

1
Una certeza que nunca cambiará en nosotros: todo aquello que
para la supervivencia práctica carece de importancia, precisa ser
honrado.Trabajadores en la zona de sombra del lenguaje,explora-
mos el abismo sin fondo de la claridad.

2
Una buena noticia podría desmoralizarnos, nunca una mala. Kiló-
metros y kilómetros de angosta realidad remonta la caravana del
sueño. No se nos pide traspasar el límite,sino vivir en él. No es
indispensable descifrar el sentido, sino aprender música: advertir
una nota callada, un sonido inaudito en la vasta partitura.

3
Cautivo en la cárcel de cuanto no está a su alcance expresar,
madura el escritor su ineludible fuga.

4
Se finge escritor, pero en realidad es un músico. Hace desaparecer
las palabras.

5
El otoño agasaja a los muertos con flores de níspero. Acostumbra-
das a temblar, las columnas de la ciudad conservan su equilibrio.
Esbeltas palmeras recortan su silueta en el cielo naranja del ama-
necer, en el rojo pomelo de la tarde.

6
Desde la sima del incesante entremezclarse de las estaciones, un
desorientado deseo de vivir —cristalina fe sin rumbo— retorna
sin descanso al punto de partida. Escribir no es otra cosa que tra-
bajar en un basurero. La cuchilla de la soledad afila cada párrafo.

7
Como peces de colores en el interior de un acuario,parpadean los
aviones que cruzan la noche. Me pregunto hacia dónde. Preparo
té con agua de lluvia y miel del desierto. Destierro de mi corazón
los caminos forzados.


EL CAMINO MÁS LARGO

Con razón se llama padre tan sólo a quien llega a
ser hijo de sí mismo.
Heráclito [Fragmento 50;
reconstrucción Gadamer]

Cuando cumplí seis años mi padre me regaló unos guantes de
boxeo. En el combate contra la perplejidad, su escuálido cuero no
ha dejado de proteger mis puños desde entonces.

G
Viajero que partía, abandonó una maleta colmada de novelas poli-
cíacas e historias del Oeste. Sus lecturas en el curso de incontables
jornadas en tren.

G
El empeño de mi madre por ahorrar —hasta la última cerilla— se
convirtió en mi obsesión por el ayuno en la escritura. Flacos
como galgos, los vocablos perseguían invisibles intuiciones velo-
ces como liebres.

G
Mi abuelo murió loco. Su viuda pedía limosna en la puerta de la
catedral, me compraba helados, murió loca. Sueño. Recojo los peda-
zos de mi vida esparcidos por el torbellino. Alguien —riendo— me
entrega uno de ellos.

G
41
Si cerraba los ojos podía compartir la oscuridad del hombre que toca-
ba la guitarra con los ojos vendados. En el hospital donde convalecía-
mos, sus canciones dejaban entrever la existencia de al menos una meta
legítimamente deseable: no perder la alegría, no volverse estúpido.

G
La estupidez es el compromiso con la cobardía y la demostración
de la mentira de que no le es posible al amor transformar el mun-
do, de que no le es posible a la poesía transformar el mundo.

G
¿A qué carta quedarse con el personaje que uno se brinda a sí
mismo? ¿Observarle desde el puente o enviarle como observador
al puente? Observador u observado, duda si reír o llorar, sentirse
agradecido o desolado.

G
Con extrema fatiga aprendemos el idioma de un país deshabita-
do, de un país inhabitable. Obreros de la eternidad, depositamos
nuestro granito de arena en el abismo. Mudos, sentimos en la piel
el fulgor de la intemperie.


ESCORIAS

En la circunferencia,el principio y el fin coinciden.
Heráclito [Fragmento 103]

AUNQUE separados por más de mil quinientos años, la lengua
materna de ambos fue el latín. Pese a estar, o por el hecho de estar,
profundamente comprometidos con la realidad de su tiempo,
prestaron mayor atención al estudio de sí mismos que al espectá-
culo de la época.«Me bastan pocos; me basta uno; puedo conten-
tarme con ninguno», observa Séneca. «Soy yo mismo la materia
de mi libro», advierte Montaigne. La misma complexión moral,
idéntico don para rehuir los caminos ociosos. No seducidos por
otra expectativa que la honestidad, el estilo es para ambos la con-
ducta. Persuadidos de la estrecha alianza entre el cuerpo y el espí-
ritu, no esperan de la filosofía otra recompensa que la salud.
«Permanecer tranquilo y contemplar aquel mercado sin comprar
ni vender nada» (Séneca). «Quiero que la muerte me encuentre
plantando mis nabos, pero sin preocuparme por ella, y menos aún
por mi jardín imperfecto» (Montaigne).Aficionados a las disquisi-
ciones fúnebres, la educación para la muerte los mantiene vivos.
«¿Ignoras que morir es también uno de los deberes de la vida?»,
pregunta Séneca.«Recibo un gran consuelo con los pensamien-
tos sobre mi muerte»,afirma Montaigne.
Los buenos muertos saben regresar.
LLEGAR hasta el cabo de uno mismo sólo para desprenderse más
completamente de todo bagaje, de todo hilo conductor conocido,
de todo tesoro de verdades, avisos, consejos, iluminaciones.

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EL punto de partida es un deber —de hacer el bien— que nun-
ca defrauda.
PRIVILEGIO del error, iluminar la conciencia. Prodigio de la
limitación, hacerse infinita.
NADA que indagar, salvo ese mientras tanto que casi impercepti-
blemente se transforma en nuestra casa y nuestra causa. Nada que
hacer, salvo ese trabajo que aumenta a medida que avanzamos.
SI amas la puntualidad, no ahorres en rodeos.
A COSTA de arruinar la memoria práctica, el hachís ahonda la
percepción de las cuestiones sin fondo.
HACERSE fuerte: renunciar.

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POEMA, novela, ensayo, reportaje:¿cuál es la diferencia? No ele-
gimos seriamente la escritura mientras no descartamos cualquier
posibilidad de vivir que no cuente con ella.

EN la trabazón de las palabras y los días, esfuérzate sin prisa.
Cuanto menos parezca sonreírte la fortuna, más a salvo estarás de
la calamidad.

SIN duda son los niños quienes impiden a cada instante que el
mundo sucumba.

VIVIR como buenas personas, difíciles o no; como buenos artis-
tas, fallidos o no; conscientes de que semejante ocupación no deja
tiempo para nada.
POR el camino sin solución, el poeta —que de la debacle de los
contrarios rescata contradicciones acordes— se adentra algunos
pasos; lento, ha de estar siempre alerta; torpe, rectificar sin tregua.

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EN su incesante desencadenarse, el deber —el sentido del cum-
plimiento del deber— posterga toda perspectiva de retribución,
hasta convertir el aniquilamiento de la idea misma de retribución
en prueba de su imperio.

CONFUNDIRSE cada vez hasta el final, para no confundirse
siempre a medias.

SÓLO a condición de agotar —propósito colmado de tentativas
frustradas— todas las posibilidades de desacierto, desciframos la
verdad de la escritura: su perenne promesa de sentido.
¿QUÉ deuda salda en nosotros la escritura? ¿De qué sosegada dili-
gencia nos hace tesoreros? ¿Qué extraña operación —perder el
tiempo, perderse en el tiempo— pone en marcha? Presta siempre a
descorazonarnos, ¿qué cultivamos en ella? ¿La sonrisa del silencio?


José Luis Gallero





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sábado, 13 de junio de 2015

Joseph Brodsky / El busto de Tiberio




El busto de Tiberio


 Yo te saludo, pasados dos mil años.
También tú fuiste marido de una puta.
Es algo que tenemos en común. Por lo demás,
en torno a ti está tu urbe. Estruendo, coches,
chusma con jeringas en húmedos portales,
ruinas. Yo, un viajero del montón,
saludo ahora tu busto polvoriento
en la desierta galería. Ah, Tiberio,
aquí no alcanzas ni los treinta. Del rostro
mana la confianza de quien domina el músculo
más que el futuro de su suma. Y la cabeza,
que el escultor cortara en vida,
muestra en esencia el augurio del poder.
Todo lo que queda bajo el mentón es Roma:
provincias, cohortes y también rentistas,
más un sinfín de infantes que besan tu aguijón
-placer en clave de la loba
que alimenta a los críos Remo
y Rómulo-.(¡Los mismos labios!,
musitando, dulces, inconexos
entre los pliegues de la toga.) A fin de cuentas:
un busto en señal de independencia entre cuerpo y cerebro.
De hecho, incluido el del Imperio.
De dibujar tú mismo tu retrato,
sería todo él circunvoluciones.

Aquí no alcanzas ni los treinta. Nada
en ti detiene la mirada.
Ni, a su vez, tu firme observar
está dispuesto a detenerse en algo:
ni en rostro alguno ni en un
paisaje clásico. ¡Ah, Tiberio!
¡Qué más te da lo que rezonguen
Tácito o Suetonio en busca de las causas
que te hicieron cruel! No hay causas en el mundo,
tan sólo efectos. Los hombres son sus víctimas.
Y sobre todo en las mazmorras donde todos confiesan;
no en vano confesar bajo tortura,
como las confidencias del niño,
se torna monocorde. Lo mejor es
no tener nada que ver con la verdad.
Por lo demás, ésta no eleva. A nadie.
Menos aún al César. Al menos,
tú apareces más capaz de ahogarte
en tu baño que por una gran idea.
Y en general, ¿ser cruel no es acaso
precipitar tan sólo el común destino
de toda cosa, o la caída libre
de un cuerpo simple en el vacío? En él
siempre acabas en el momento de caer.
No vendrá el diluvio tras nosotros

Enero. Un aluvión de nubes
sobre la invernal ciudad a modo de mármol sobrante.
El Tíber, que huye de la realidad.
Las fuentes, que echan agua hacia el lugar
de donde nadie mira, ni cómo quien no ve,
ni entornando la mirada. ¡Es otro tiempo!
Y no hay modo de atrapar al lobo
enloquecido. ¡Ah, Tiberio!
¿Quiénes somos nosotros para ser tus jueces?
Has sido un monstruo, mas fiera impasible.
Pues la naturaleza, cuando crea sus monstruos
-las víctimas jamás-, los plasma, no obstante,
a semejanza suya. Más nos vale mil veces
-si escoger nos es dado-
que venga a destruirnos un engendro del infierno
antes que un neurasténico. Con treinta sin cumplir,
el rostro hecho en piedra, cara rocosa,
creada para dos milenios,
te asemejas a un instrumento natural
de exterminio, y en nada a un esclavo
de pasión humana alguna, o a un forjador de ideas
y demás. Y defenderte de las invenciones
es como proteger al árbol de sus hojas,
con su complejo de que ellas son, entre susurros
inconexos pero claros, mayoría.
En la desierta galería. En mediodía gris.
El ventanal tiznado con las luces del invierno.
El ruido de la calle. Ajeno por completo
a la textura del espacio, el busto...
¡No puede ser que no me oigas!
Pues yo también huí, sin mirar hacia atrás,
de todo lo que me había sucedido; me convertí en isla
con sus ruinas, sus cigüeñas. También me esculpí
el rostro por medio de un candil.
A mano. Y lo que llegase a decir,
lo que haya dicho, a nadie le interesa,
y no en su momento, sino hoy mismo.
¿No es esto también un modo de acelerar
la historia? ¿No es un intento -logrado por desdicha-
de colocarse el efecto delante de la causa?
Y además, también en el total vacío,
lo cual no garantiza un gran aplauso.
¿Arrepentirse? ¿Rehacer tu suerte?
¿Jugar, como se dice, con otra baraja?
Pero, ¿vale la pena acaso? La lluvia radiactiva
nos cubrirá no mucho peor que tu historiador.
¿Y quién vendrá a maldecirnos? ¿Una estrella?
¿La luna? ¿Una termita enloquecida por
las incontables mutaciones, de tronco fofo, eterna?
Todo es posible. Pero, cuando, como un objeto duro,
se tope con nosotros, ella también, tal vez,
algo turbada, detendrá la excavación.

«Un busto -exclamará en el lenguaje de las ruinas,
del músculo abreviado-, un busto, un busto.»
1985

En No vendrá el diluvio tras nosotros
Versión de Ricardo San Vicente





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jueves, 4 de junio de 2015

Canción de la buena gente / Bertolt Brecht




Canción de la buena gente 


A la buena gente se la conoce
en que resulta mejor
cuando se la conoce. La buena gente
invita a mejorarla, porque
¿qué es lo que a uno lo hace sensato?
Escuchar y que le digan algo.

Pero, al mismo tiempo,
mejoran al que los mira y a quien
miran. No sólo porque nos ayudan
a buscar comida y claridad, sino,
más aún,
nos son útiles porque sabemos
que viven y transforman el mundo.

Cuando se acude a ellos,
siempre se les encuentra.
Se acuerdan de la cara que tenían
cuando les vimos por última vez.
Por mucho que hayan cambiado
-pues ellos son los que más cambian-
aún resultan más reconocibles.

Son como una casa que ayudamos a construir.
No nos obligan a vivir en ella,
y en ocasiones no nos lo permiten.
Por poco que seamos, siempre podemos ir a ellos,
pero tenemos que elegir lo que llevemos.

Saben explicar el porqué de sus regalos,
y si después los ven arrinconados, se ríen.
Y responden hasta en esto: en que,
si nos abandonamos,
los abandonamos.

Cometen errores y reímos,
pues si ponen una piedra en lugar equivocado,
vemos, al mirarla,
el lugar verdadero.
Nuestro interés se ganan cada día,
lo mismo que se ganan su pan de cada día.
Se interesan por algo
que está fuera de ellos.

La buena gente nos preocupa.
Parece que no pueden realizar nada solos,
proponen soluciones que exigen aún tareas.
En momentos difíciles de barcos naufragando
de pronto descubrimos fija en nosotros
su mirada inmensa.
Aunque tal como somos no les gustamos,
están de acuerdo, sin embargo,
con nosotros.

Bertolt Brecht


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lunes, 1 de junio de 2015

TRABAJAR CANSA / Cesare Pavese




TRABAJAR CANSA 

Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran
     a la cara
entre los tallos delgados: la mujer le muerde los
     cabellos
y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe
     turbada.
Coge el hombre su mano delgada y la muerde
y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar
     tumbos.
La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.
La muchacha, sentada, se acicala el peinado
y no mira al compañero, tendido, con los ojos
     abiertos.

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara
por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando, les distrae un color más alegre.
De vez en cuando, él piensa en el inútil día
de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.
Si con su piel le toca la pierna, bien sabe
que mutuamente se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres
     que pasan
no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos
se desnudarán con un hombre. O es que acaso las
     mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada.
Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún la
     mejillas
enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda
     gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un
     bosque,
interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía
     le quema.
Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la
     roca
de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al
     compañero
con una mirada embelesada. Él mira fijamente la
     maraña
de tallos negruzcos entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña
-presentida en el regazo del vestido claro-
y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia
le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene
cada asalto con un beso y le coge las manos.
Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde
     irá:
volverá a casa, atolondrado y derrengado,
pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y esta será su venganza- se imaginará
que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.


Cesare Pavese
Versión de Carles José i Solsora





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