miércoles, 31 de octubre de 2012

Amor, ¿qué me duele del hueso...






(Grabado de Luis López)


Amor, ¿qué me duele del hueso, del diente, de la curva que derrapa, infringe leyes, códigos?

 

Amor, solo tengo autobús el corazón y atestado de calorcillo cuando pronuncio el beso que me conduce a la cueva germinal y húmeda de tu esfinge.


 

Julio Vélez

 

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lunes, 29 de octubre de 2012

Tan solo pensar... / J. Vélez





(Edward Weston)





TAN SOLO PENSAR

que tu (mi) cuerpo

se llenara de telarañas

como el rincón más húmedo

y frío del armario.

El corazón

se me (se te)

hace añicos.

 

 

Julio Vélez

 

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viernes, 26 de octubre de 2012

LOS HERALDOS NEGROS / César Vallejo





(Luis López)


LOS HERALDOS NEGROS

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma Yo no sé!

Son pocos; pero son Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema

Y el hombre Pobre pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes Yo no sé!


César Vallejo


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martes, 23 de octubre de 2012

Utopía / Eduardo Galeano



Utopía / Eduardo Galeano



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Carta del Subcomandante Marcos a Eduardo Galeano
Ejército Zapatista de Liberación Nacional México

2 de mayo de 1995 

A: Eduardo Galeano.
Montevideo, Uruguay.

De: Subcomandante Insurgente Marcos
Montañas del Sureste Mexicano. Chiapas, México.

Señor Galeano: 

Le escribo porque... porque me dieron ganas de escribirle. Porque ya pasó el día del niño acá en México y se me ocurre que a usted le puedo platicar lo que acá pasa, en un día del niño, en medio de una guerra sorda. Le escribo porque no tengo ninguna razón para hacerlo y, entonces, puedo así contarle lo que pasa o lo que me viene a la cabeza, sin la preocupación de que no se me vaya a olvidar el motivo de la carta. Porque sí, pues.

También porque perdí el libro que me regaló y porque ese ratón cambista que suele ser el destino (?) ha repuesto el libro perdido con otro libro. Y porque se me ha quedado bailando en la cabeza una parte de su libro "Las palabras Andantes".

Porque dice así:

"¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?".
Ventana sobre la palabra (VIII), p.262.

Y entonces yo me he recostado para pensar y fumar. Es de madrugada y como almohada tengo un fusil (bueno, en realidad no es un fusil, es una carabina que fue de un policía hasta enero de 1994. Antes servía para matar indígenas, ahora sirve para que no los maten). Con las botas puestas y la pistola recostada a un lado, cerca de la mano, pienso y fumo. Afuera, alrededor de humo y pensamientos, mayo se engaña a sí mismo fingiendo que es junio y hay ahora una tormenta de lluvia, rayos y truenos que logró lo que parecía imposible: callar a los grillos.

Pero yo no estoy pensando en la lluvia, no estoy tratando de adivinar cuál de los relámpagos que está por rasguñar la tela de la noche será el de la muerte, ni siquiera me preocupa que el techito de nylon que cubre mi estancia es demasiado pequeño y se moja la orilla del camastro (¡Ah! Porque resulta que me hice una camita de ramas y horcones, amarrados con bejucos. Lo hice porque la uso de escritorio, bodega y, a veces, para dormir. En la hamaca no me acomodo o me acomodo demasiado, me quedo muy dormido y el sueño profundo es un lujo que, acá, se puede pagar muy caro. En la cama de varillas de palo se está lo suficientemente incómodo como para que el sueño sea apenas un pestañazo).

No, no me preocupan ni la noche, ni la lluvia, ni los truenos. Me preocupa eso de "¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento que la necesita ni con el lugar que la quiere?. Y la boca, ¿sabe morir?". El libro me lo mandó la Ana María, una indígena tzotzil que tiene el grado de mayor de infantería en nuestro ejército. Alguien se lo mandó a ella y ella me lo mandó a mí, sin saber que yo perdí un su libro de usted y este libro repone el libro perdido, que no es lo mismo pero tampoco es igual. El libro está lleno de dibujitos en tinta negra y yo creo que así deben ser los libros y las palabras: dibujitos que salen de la cabeza o la boca o las manos y que van y se ponen a bailar en el papel, cada que el libro se abre, y en el corazón cada que el libro se lee. El libro es el regalo más grande que el hombre se ha dado a sí mismo. Pero volvamos a su libro de usted que yo tengo ahora. Lo leí con un cabito de vela que cargaba en la mochila.

El último tramo de pabilo se fue con esa página 262 (¡capicúa!, ¿no? ¿una señal?). Y entonces me recordé la frase aquella de Perón que me mandó y luego mi torpe respuesta y, más después, el libro que me envió. Y aquí la pena de contarle que el libro lo dejé botado en la "graciosa huida" de febrero. Y entonces me llegan este libro y las letras sobre el saber callar. Y yo ya llevo varias noches dándole vueltas al asunto, aun antes de que me llegara el libro. Y me pregunto si no llegó la hora de callar, si no será que ya se pasó el momento y ya no es el lugar, si no es la hora de morir la boca...

Y le escribo esto en una madrugada de mayo, pasado ya el 30 de abril de 1995, que es el día del niño acá en México. Nosotros los niños mexicanos celebramos ese día, las más de las veces, a pesar de los adultos.

Por ejemplo, gracias al supremo gobierno, hoy muchos niños indígenas mexicanos celebran su día en la montaña, lejos de sus casa, en malas condiciones de higiene, sin fiesta y con la pobreza más grande: la de no tener un lugar donde recostar el hambre y la esperanza.

El supremo gobierno dice que no ha expulsado a estos niños de sus hogares, sólo ha metido a miles de soldados en sus terrenos. Con los soldados llegaron el trago, la prostitución, el robo, las torturas, los hostigamientos. Dice el supremo gobierno que los soldados vienen a "defender la soberanía nacional".

Los soldados del gobierno "defiende" a México de los mexicanos. Estos niños no han sido expulsados, dice el gobierno, y no tienen por qué sentirse espantados de tantos tanques de guerra, cañones, helicópteros, aviones y miles de soldados.

Tampoco tienen por qué asustarse, aunque esos soldados traigan órdenes de detener y matar a los papás de estos niños. No, estos niños no han sido expulsados de sus casa. Comparten el piso irregular de la montaña por el gusto de estar cerca de sus raíces, comparten la sarna y la desnutrición por el simple placer de rascarse y por lucir una figura esbelta.

Los hijos de los dueños del gobierno pasan su día en fiestas y regalos.

Los hijos de los zapatistas, dueños de nada como no sea su dignidad, pasan su día jugando a que son soldados que recuperan las tierras que les quitó el gobierno, juegan a que siembran la milpa, a que van por leña, a que se enferman y nadie los cura, a que tienen hambre y, en lugar de comida, se llenan la boca de canciones.

Por ejemplo, esa canción, que les gusta cantar en la noche, cuando más cerradas son la lluvia y la niebla, y que dice, más o menos así:

"Ya se mira el horizonte,
combatiente zapatista,
el camino marcará
a los que vienen atrás"

Y, por ejemplo, en el horizonte aparece, marcando el paso, el Heriberto. Y atrás del Heriberto, por ejemplo, va el hijito del Oscar que lo llaman Osmar.

Y van, los dos, armados de sus dos varitas que pasaron a llevar de un acahual cercano ("No son varitas", dice el Heriberto y asegura que se trata de poderosas armas que son capaces de destruir un nido de hormigas arrieras que está cerca del arroyo y que le picaron al Heriberto y hubo de tomar represalias).

Avanzan el Heriberto y el Osmar en columna. Y por el frente opuesto avanza la Eva, armada de un palo que tiene la ventaja de convertirse en muñeca cuando el ambiente es menos bélico.

Y detrás de la Eva viene la Chelita, que levanta sus casi dos años apenas unos centímetros del suelo y que tiene unos ojos de venado lampareado que ya desvelarán, alguna noche, al tal Heriberto o al que se deje herir por destello tan moreno. Y atrás de la Chelita va un chuchito (perrito) que de puro flaco parece una marimba diminuta. 






Y a mí todo esto me lo están contando, pero como si lo estuviera viendo al Wellington frente a Napoleón en esa película que se llamó "Waterloo" y, creo, salía el Orson Wells y al Napoleón lo derrotaban por culpa de un dolor de panza.

Pero aquí no hay Orson que valga, ni flanqueos de infantería, ni apoyo de artillería, ni defensa en cuadro contra las cargas de los de a caballo, porque tanto el Heriberto como la Eva han decidido optar por el ataque frontal y sin escaramuzas ni tanteos previos.

Yo estoy a punto de opinar que eso parece batalla de sexos, pero ya se está lanzando el Heriberto sobre la Chelita, evitando la carga directa de la Eva que se ve, de pronto, frente a un Osmar que no la espera cara a cara,, ni de pie sino que está de lado y en cuclillas porque ahí no más le dieron ganas de cagar y la Eva proclama que el Osmar se cagó de miedo y el Osmar no dice nada porque ahora quiere montar el chuchito se le acercó a oler, y en el entretanto la Chelita se puso a llorar cuando vio venir al Heriberto y el Heriberto ahora no sabe qué hacer para que se calle la Chelita y le ofrece una piedrita de regalo ("Acaso es piedrita", dice el Heriberto que asegura que se trata de oro puro) y la Chelita nada que para su chilladera y yo estoy pensando que hasta que le dieron una sopa de su propio chocolate al Heriberto cuando llega la Eva, en maniobra que llaman de "voltear la posición enemiga", y le cae el Heriberto por la espalda (cuando Heriberto ya le está ofreciendo su arma antihormiga-arriera a la Chelita, la cual está considerando la oferta, entre chillido y chillido), y entonces, ¡pácatelas!, la muñeca-arma de la Eva llega en su cabeza del Heriberto y empieza la chilladera, (estereofónica, porque la Chelita se siente estimulada por los gritos del Heriberto y no se quiere quedar atrás), y hay sangre y ya viene la mamá de no sé quien, pero trae un cinturón en la mano y los dos ejércitos se desbandan y el campo de batalla queda desierto y en la enfermería declaran que el Heriberto tiene un chipote del tamaño de su nariz y que, como la Eva está intacta, ganaron la mujeres en esta batalla.

El Heriberto se queja de arbitraje parcial y prepara el contra-ataque pero no será hasta mañana porque ahorita hay que comer los frijoles que no llenan ni el plato ni la panza...

Y así pasaron el día del niño, dicen, los niños de un poblado que se llama Guadalupe Tepeyac. En la montaña lo pasaron, porque en su pueblo hay varios miles de soldados defendiendo "la soberanía nacional". Y dice el Heriberto que, cuando sea grande, va a ser chofer de un camioncito y piloto de avión no quiere ser porque, dice, si se le poncha la llanta del carrito, ahí nomás te bajas y te vas caminando, en cambio si se le poncha la llanta al avión no hay para donde hacerse.

Y yo me digo que cuando sea grande voy a ser uruguayo-argentino y escritor, en ese orden, y no crea usted que será fácil porque lo que es el mate, no lo puedo tragar.

Pero no era esto lo que yo quería contarle. Lo que yo quería era contarle un cuento para que usted lo cuente:

Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga. "Elige un enemigo grande y esto te obligará a crecer para poder enfrentarlo. Achica tu miedo porque, si él crece, tú te harás pequeño", me dijo el Viejo Antonio una tarde de mayo y lluvia, en esa hora en que reinan el tabaco y la palabra.

El gobierno le teme al pueblo de México, por eso tiene tantos soldados y policías. Tiene un miedo muy grande. En consecuencia, es muy pequeño. Nosotros le tenemos miedo al olvido, al que hemos ido achicando a fuerza de dolor y sangre. Somos, por tanto, grandes.

Cuéntelo usted en algún escrito. Ponga que se lo contó el Viejo Antonio. Todos hemos tenido, alguna vez, un Viejo Antonio. Pero si usted no lo tuvo, yo le presto el mío por esta vez.

Cuente usted que los indígenas de sureste mexicano achican su miedo para hacerse grandes, y escogen enemigos descomunales para obligarse a crecer y ser mejores.

Esa es la idea, estoy seguro que usted encontrará mejores palabras para contarlo. Escoja usted una noche de lluvia, relámpagos y viento. Verá cómo el cuento sale así nomás, como un dibujito que se pone a bailar y a dar calor a los corazones que para eso son los bailes y los corazones.

Vale. Salud y un muñequito sonriente, como ésos con los que firma.


Desde las montañas del Sureste Mexicano. 

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Subcomandante Insurgente Marcos


P.D. de advertencia policiaca. Es mi deber informarle que soy, para el supremo gobierno de México, un delincuente. Por lo tanto mi correspondencia puede ser implicatoria.
 

Le ruego que se grabe usted el contenido de la presente, es decir, la encomienda que suplica, y destrúyala inmediatamente. Si el papel fuera de chicle, le recomendaría que lo comiera y, masticando, se pusiera a hacer esas bombitas de chicle que tanto escandalizan a las buenas conciencias, y que demuestran la falta de urbanidad y educación de quien las hace.
 

Aunque hay algunos que las hacen con la esperanza de que una de las bombitas sea lo suficientemente grande como para llevarlo a uno de esa ruta luminosa que, allá arriba, se alarga... como se alargan el dolor y la esperanza sobre el cielo de nuestra América.
 

P.D. improbable. Salude usted de mi parte, si lo ve,
al tal Benedetti. Dígale usted, por favor, que sus letras, puestas por mi boca en el oído de una mujer, arrancaron alguna vez un suspiro como esos que echan a andar a la humanidad entera. 

Dígale también, que quién quita y lo de "Marcos" fue por "el cumpleaños de Juan Ángel".
 



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domingo, 21 de octubre de 2012

Las primeras muertes / Julio Vélez



“Solo odio la muerte cuando la pienso en vosotros”

Julio Vélez







Las primeras muertes. 

 

 

De golpe, descubrí un día que los poemas 

no son más que gotas de lluvia contra 

el ataúd de la muerte. Desde entonces 

supe que los frutos del árbol sagrado 

que desde pequeño habitaban en mi alma, 

 habían madurado a la vida. El sol 

se había injertado en ellos y me descubrí 

envejecido con fortuna. La ciudad me mostró 

sus resonancias más íntimas y el olor 

del azahar impregnó mi mirada. 

 Abracé en una caricia a mi amigo 

y felices nos adentramos en la noche 

luminosa y alcohólica. La ciudad 

selló sus puertas y me quedé sólo en el pórtico. 

 Mis flechas las continuaré lanzando aguerridas 

contra las columnas y las almenas.

 

Julio Vélez


 

Fuente:  http://escomberoides.blogspot.com.es/2012/10/julio-velez-1946-1992.html

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viernes, 19 de octubre de 2012

BREVE BIOGRAFÍA DE JULIO VÉLEZ / Alejandro Romero Cabrera







BREVE BIOGRAFÍA DE JULIO VÉLEZ


Nació en Utrera el 6 de mayo de 1946, aunque se crió en Morón a la que siempre estuvo estrechísimamente vinculado, y murió el 23 de diciembre de 1992 en Francia, en el mismo país y a la misma edad (46 años), que su admirado y querido poeta peruano César Vallejo, al que tantos años de estudio y trabajo le dedicó.
Cursó estudios en los Salesianos, pasando después a la Academia Ifac, de ahí a la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla. Joven inquieto y creativo como pocos, inició en involucró a amigos en los primeros grupos de teatro, de poesía, la cultura y de conciencia social y política, participando activamente en la clandestinidad durante la dictadura franquista, llegando a ser el responsable cultural del Partido del Trabajo de España.
De su faceta como poeta, dice el hispanista Anthony Geist: “Algunos poetas transforman la experiencia vivida en expresión estética, dejando textos plasmados sobre el papel o en el aire. Otros viven la poesía en los actos diarios, convierten en experiencia poética la vida cotidiana. Julio
era poeta en los dos sentidos de la palabra.
En su formación poética confluyen tres factores decisivos: Para su formación ética, su adhesión a una ideología marxista-leninista (preso de la dictadura franquista tres veces, llegó a ser el responsable cultural del Partido del Trabajo de España), con su posterior evolución hacia un humanismo radical, libre de orejeras dogmáticas. Otro factor fue la influencia  temprana del flamenco en su vida y en su obra, con la dignidad aprendida de Diego del Gastor, junto a D. Francisco Martínez Quesada. El otro factor fue el poderoso ejemplo de la poesía del peruano César Vallejo. Para Julio vida y literatura, política y poética, son inseparables. Su poesía era una necesidad personal que es a la vez necesidad social”.
José Julio Vélez Noguera es autor de cuatro libros de poesía. El primero, “La espiga y la fiebre” (1967), quedó finalista de los premios de poesía Carabela 1966, pero Julio siempre consideró su verdadero primer libro “Laocoonte” escrito once años después entre 1970 y 1974 y publicado en 1978. Sus cuatro textos principales son una curiosa y potente fusión de la dimensión mítica de la poesía épica y la condensación lírica de la copla flamenca. Elabora las historias de testimonios de la resistencia de su pueblo al franquismo, en largos poemas hechos para recitar.
Luego vendría “Los fuegos pronunciados” (1985) un poemario constituido mayormente por textos líricos breves, que versan sobre el amor, el lenguaje y la muerte, y sobre la relación entre éstos. Busca la compenetración con  el otro. Por eso precisamente la entiende como poesía necesaria. Para la publicación del siguiente poemario le cerraron muchas puertas las editoriales, debido a la publicación de La poesía española según El Pais. Se trataba de un estudio serio, crítico y estadístico, denunciando la neutralización de la cultura de la transición democrática. Él luchaba por las transformaciones, no por continuidades políticas y poéticas.
Escrito en la estela de El Último Ángel Caído refleja su complejidad de visión, profundidad de expresión poética y madurez de pensamiento,  que fue publicado póstumamente en el mismo año de su muerte. Y, además, dejó dos libros inconclusos que aún están inéditos, aunque esperemos que por poco tiempo: “Por vuelo de herida” y “Dialéctica de la ruina”, donde manifiestan una conciencia de la vejez y la mortalidad, la preocupación por la salud y un gran escepticismo ante la eficacia de la palabra poética.
Asimismo, Julio Vélez es autor de una novela semi-autobiográfica “El bosque sumergido” ganadora del Premio Alcorcón de Novela Corta, 1993, en la que narra la persecución y tortura que por razones ideológicas ha caracterizado la historia de España, desde la Inquisición hasta nuestros días, centrándose en el franquismo.
Julio Vélez tras ser expulsado en 1970 de la facultad de Filosofía y Letras de Sevilla por su activismo político, compaginó la continuidad de la lucha clandestina en Madrid con la continuidad de los estudios, terminando la carrera en cuatro años.
Tras participar en la docencia de la Complutense, ganó brillantemente las oposiciones, a pesar de dificultades burocráticas, que le convirtieron en profesor titular de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Salamanca. Dejó escuela, hasta el punto de que esa misma cátedra la ocuparía después una alumna suya. Como así mismo el mayor de sus hijos es Profesor de Literatura de la Universidad Complutense madrileña. También Profesor Visitante en la Universidad de Washington en el nvierno de 1990, la de Wroklaw en Cracovia, así como en América Latina y otros programas universitarios. Sin dejar de dirigirle a alumnos sus tesinas o tesis doctorales.
Además, de poeta, novelista y profesor, llevó a cabo una importante labor en torno a la vida y obra de César Vallejo, del que, como dijo Mario Benedetti, todo lo sabía y todo lo compartía. Los dos tomos (en colaboración con Antonio Merino) de “España en César Vallejo” (1984) y el volumen “Poemas en prosa/Poemas humanos/España, aparta de mi este Cáliz” (1988), muestran bien a las claras la devoción, pero también el rigor y el celo de su buceo indagador. La exposición “Vallejo/cien años de ser/1892-1992”, que Julio organizó en Salamanca con su infatigable equipo de alumnos el FLU (Frente Latinoamericano Unido), fue la culminación de ese amor vitalicio.
En su pregón antológico de Carnaval de Morón (1991) el año antes de morir, titulado Elogio de la risa popular y subversiva, lo dedicaba a la figura de Diego del Gastor y de D. Francisco Martínez Quesada, “de quienes aprendí dignidad”. Dejó algunos memorables artículos y muchos más y trabajos dispersos en proceso de reunir y publicar. Escribió un libro titulado “Flamenco, flamenco. Una aproximación crítica” (1976), en torno al cual dio numerosas conferencias por la geografía andaluza y española, ilustradas por el cante de Pepe Taranto y Laura Diaz. También dirigió la segunda etapa de la prestigiosa revista La Pluma.

Tanta actividad y entrega con pasión a todos y a todo, influiría sin duda en que se rompiera tempranamente, en plena madurez creatividad por desarrollar, dejando tras sí una estela de dignidad.

Alejandro Romero Cabrera



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jueves, 18 de octubre de 2012

Espergesia / César Vallejo




(Foto de Manuel Alvarez Bravo)




Espergesia



Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.



Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.



Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.



Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.



Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.


Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.



César Vallejo






Fuente: El poeta ocasional


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Vélez el filólogo sobre Vélez el poeta.

El filólogo Julio Vélez Sáinz habla sobre la obra de su padre, el poeta Julio Vélez, durante el homenaje que se le rindió en mayo de 2012 en Sevilla

jueves, 11 de octubre de 2012






“Hay distintas formas de hacer poesía. Algunos poetas transforman la experiencia vivida en expresión estética, dejando textos plasmados sobre el papel o en el aire: Otros viven la poesía en los actos diarios, convierten en experiencia poética la vida cotidiana. Julio Vélez era poeta en los dos sentidos de la palabra”
(Anthony L. Geist, de la introducción a “La palabra labra la palabra”, Antología poética de Julio Vélez, Ed. CSO JuIio Vélez, Morón, Sevilla,1999)






Estás (estoy) aquí,
al borde mismo de la alegría.
Sintiendo
cómo las ventanas se abren,
se inundan los rincones.

Estoy ahora aquí. Estás con la vida.
Con las manos bebiendo de las lluvias
como libertades presentidas.

Así te siento. Me sientes en el latido,
como fantasma,
como amor prohibido,
como arco y luz por las esquinas.

Haciendo que a revolución me suene el alma.


JULIO VELEZ
De "Los fuegos pronunciados", 1985


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Conocí la poesía y la figura de Julio Vélez a través de los amigos del Centro Social que lleva su nombre, en Morón (Sevilla). El Centro, un antiguo local abandonado por el INEM, del que hablaré en otra ocasión, fue ocupado por jóvenes moroneses en 1992 y aún sigue siendo un espacio de encuentro para movimientos alternativos y culturales. En 1999, dentro de sus muy limitados medios, editaron la antología de la poesía de Julio Velez (Utrera, 1946-Madrid, 1992) conscientes de la necesidad de difundir la obra y la personalidad del poeta de la generosidad y la entrega, poesía que siempre fue vetada en los circuitos literarios desde que Julio publicara el libro de denuncia e investigación La Poesía española según “El País” (1978-1983) (Ed. Orígenes, Madrid, 1984), uno de los primeros estudios sobre la mafia literaria en los medios de comunicación y en las editoriales. Hoy día, los libros de Julio Vélez, su poesía necesaria, influenciada por la lucha social, por el flamenco, por Cesar Vallejo, del que era un gran especialista, es prácticamente inencontrable. Obras como “Los fuegos pronunciados” (Ayuso, Madrid, 1984) “El bosque sumergido” (Orígenes, 1985) o “Escrito en la estela de el último angel caido (E. Libertarias-Prodhufi, 1993) han quedado en un inmerecido olvido que, en esta casi revista de literatura intentaré, ilusionadamente, rescatar.

Fuente: