martes, 4 de diciembre de 2012

Miguel Sánchez-Ostiz / Lucian Freud, hace veinticinco años.





The last portrait, Colección Thyssen



Hoy repican los medios de comunicación con la muerte de Lucian Freud. Biografía al margen, el primer cuadro que vi de Lucian Freud fue en julio de 1986, en el Palacio de la Virreina, donde se exponía una muestra de la colección Thyssen. Fue Pere Gimferrer quien me envió a ver esa colección. Le acababa de conocer en su oficina de la editorial Seix Barral que me contrató mi novela Tánger bar. Para mí ese fue un gran día. La vida por delante y todo eso, y blablabla.
Desde entonces he procurado ver todo lo que he podido de Freud. Sus cuerpos ruinosos, su afirmación del cuerpo en la decadencia tiene para mí un interés y un atractivo vertiginoso, algo más que recordatorios de la muerte, sino recordatorios de la vida, porque la vida también es eso. Entonces, en el cuadro de la imagen, me interesaba la expresión de la desolación y de algo temible que me ha acompañad, de cerca o de lejos, toda la vida, la depresión. Solo que cuando alguien está de verdad deprimido, en su sentido clínico, ni pinta, ni escribe ni vive ni hostias. La depresión, ese daño tembible, ese pozo, ese muro. Hoy, esas evidentes negruras, esas caries del alma reflejadas en un rostro nada dichoso, algo demasiado evidente por mucha pintura que acuda en su ayuda, me interesa menos. Esa expresión de desdicha y desesperanza que me parecía una gran cosa, y sin duda lo es, me interesa menos., me recuerdan demasiado a ese poema enorme de César Vallejo:


Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…
Entonces, hace veinticinco años, era ajeno al envejecimiento. Más tarde he visto morir  a alguien de verdad consumido, después de ir viendo el avance de la consunción vital y las truculencias tienen para mí menos gracia, por no decir que no tiene ninguna. No huyo de ella porque está en mí, en ese deterioro imparable de la edad, pero no hurgo, procuro no hurgar.

Miguel Sánchez-Ostiz

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