13. 1987: La
belleza incontaminante
La belleza es una alegría para siempre, pero no es
Narciso perdido entre los cisnes. No es el malabarismo del sombrero de copa que
extrae conejos ni el salto del trapecista con red. No es el pez, sino el agua
que se escapa en la pesca.
Los funcionarios de la ciudad letrada han disecado a
la belleza, a la pobre, a la inmóvil belleza del Museo arqueológico. Han
deseado que la resurrección de los muertos fuera el retorno de los cadáveres
triturados por la historia. La belleza sin historia, la historia sin belleza,
oh, exclaman, la dulce, tierna, la eterna belleza de lo inútil. La belleza
incontaminada. Una vez más se confunde el pañuelo con la lágrima.
14. 1988: La muerte
de las ideologías
De tanto amar cadáveres la necrofilia se hace virtud.
En los bares de moda, en las discotecas franqueadas por lebreles uniformados,
el ángel revelador destapa su trompeta y anuncia la nueva nueva de la muerte de
las ideologías. La noticia llega a todas las esquinas y la gente guapa del
poder la acoge como agua bendita en iglesia endemoniada. El pasado es un fardo
que hay que desnuca en plena vía pública. El “donde dije digo digo Diego”
extiende sus banderolas a los aires. Si antes fue el “contra Franco vivíamos
mejor”, ahora, por generación espontánea, es posible el poder sin ideología. Es
posible que las manzanas sean peras y los melocotones sandías. Nuestros
intelectuales, pobres, ayer desencantados y bucólicos, dolidos de tanta
incomprensión, tocan la flauta por las esquinas para despertar a las palabras,
pobres, pobres, largo tiempo dormidas en las páginas carcomidas de los
diccionarios. Caballeros civilizados, al cabo, que jamás polvan sus leontinas
de petimetre llenando de polvos y maquillajes la atmósfera de la ciudad
florida.
Julio Vélez
(AA.VV. / “DEL
FRANQUISMO A LA
POSMODERNIDAD ”)
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