domingo, 5 de enero de 2014

Bertolt Brecht / Elogio de la duda








¡Alabada sea la duda! Os lo aconsejo:

Saludadme con afable respeto

A quien pondere vuestra palabra como a falsa moneda.

Que yo os querría avisados, y que no dierais

Vuestra palabra por descontada.



Leed la historia, y ved

Los invulnerables ejércitos en descompuesta fuga.

Por doquiera

Se desploman indestructibles fortalezas, y

De aquella Armada Invencible que partió

Con un sinnúmero de naves,

Contadas regresaron.



Hete aquí que un día coronó un hombre

Una cima inaccesible

Y un barco alcanzó el confín

Del mar infinito.

¡Hermoso gesto, sacudir la cabeza

Ante la indiscutible verdad!

¡Qué valiente, el médico

Que cura al enfermo desahuciado!

Pero la más hermosa de todas las dudas,

La de los exánimes, la de los desesperados

Que levantan cabeza

Y dejan de creer

En la fuerza de sus opresores.



¡Ah, cuánta brega pugnaz, hasta sentar el principio!

¡La de sacrificios que costó!

Que es así, y no de tal otra manera,

¡Qué difícil resultó llegar a verlo!

Con un suspiro de alivio lo escribió un humano un día

En el libro de registros del saber.

Tal vez siga allí escrito mucho tiempo y muchas generaciones

Vivan con él y lo vean como sabiduría eterna

Y desprecien los enterados a quienquiera lo desconozca.

Y entonces podría darse que surgiera un recelo, pues nuevas experiencias

Hacen sospechoso el principio, y se despierta la duda.

Y que otro día, por cautela, tachara otro humano el principio

En el libro de registros del saber.



Asediado por un rugir de órdenes, inspeccionado

En su virtud, examinado por barbiluengos doctores,

Conminado por seres radiantes munidos de áureos distintivos,

Intimado por solemnes Papas a golpe de libro escrito por el propio Dios, instruido

Por impacientes maestros: así se halla el pobre, que ha de oírse

Que el mundo es el mejor de los mundos, y que la gotera

De su cuartucho por Dios mismo ha sido ideada.

Lo tiene realmente difícil

Para dudar de este mundo.

Anegado en sudor, construye el hombre la casa

En la que no habrá de vivir.

Pero también suda a mares quien construye

Su propia casa



Los irreflexivos nunca dudan.

Su digestión es brillante, su juicio, infalible.

No creen en los hechos; sólo se creen a sí propios. Si preciso es,

Los hechos deben creerles a ellos.

Su paciencia consigo mismos

Es ilimitada; a los argumentos,

Prestan oídos de espía.



Frente a los irreflexivos, que nunca dudan,

Están los meditabundos,

Que nunca actúan.

No dudan para venir a la decisión, sino

Para desertar de la decisión. De la cabeza

Se sirven sólo para sacudirla. Tan seriecitos

Advertirán de los peligros del agua

A los pasajeros del barco que se hunde.

Bajo el hacha del asesino,

Se preguntarán si no es también él un ser humano.

Se van a la cama mascullando

Que la cosa no está aún cabalmente pensada.

Su acción consiste en vacilar.

Su sentencia favorita: no está listo para sentencia.



Cuando alabéis la duda –ni que decir tiene—,

No la confundáis con la

Irresolución sin esperanza.

¿De qué le vale dudar

A quien no puede decidirse?

Quien con razones insuficientes se conforma

Puede equivocarse en la acción;

Inerme siempre ante el peligro queda

Quien demasiadas necesita.



Y tú que eres dirigente, no olvides

Que lo eres porque antes dudaste de los dirigentes.

¡Permite, pues, a los dirigidos

Dudar!



(Versión castellana de Antoni Domènech)



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