martes, 24 de marzo de 2015





Elegía para mi padre / Mark Strand
(Robert Strand 1908-68)

1 El cuerpo vacío

Las manos eran tuyas, los brazos eran tuyos,
Pero no estabas ahí.
Los ojos eran tuyos, pero estaban cerrados y no se abrirían.
El sol distante estaba ahí.
La luna suspendida sobre el blanco hombro de la colina estaba ahí.
El viento sobre Bedford Basin estaba ahí.
La pálida luz verde del invierno estaba ahí.
Tu boca estaba ahí,
Pero tú no estabas ahí.
Cuando alguien habló, no hubo respuesta.
Las nubes bajaron
Y sepultaron los edificios a lo largo del agua,
El agua era silente.
Las gaviotas contemplaban.
Los años, las horas, que no te encontrarían
Se volvieron las muñecas de los otros.
No había dolor. Se había ido.
No había secretos. No había nada que decir.
La sombra esparció sus cenizas.
El cuerpo era tuyo, pero no estabas ahí.
El aire tiritaba contra su piel.
La oscuridad se apoyó en sus ojos.
Pero no estabas ahí.

2 Respuestas

¿Por qué viajabas?
Porque la casa era fría.
¿Por qué viajabas?
Porque es lo que siempre he hecho entre el ocaso y el amanecer.
¿Qué vestías?
Vestía traje azul, camisa blanca, corbata amarilla, y calcetines amarillos.
¿Qué vestías?
No vestía nada. Una bufanda de dolor me mantenía tibio.
¿Con quién dormías?
Dormía con una mujer distinta cada noche.
¿Con quién dormías?
Dormía solo. Siempre he dormido solo.
¿Por qué mentiste?
Siempre pensé que decía la verdad.
¿Por qué mentiste?
Porque la verdad miente como ninguna otra cosa y yo amo la verdad.
¿Por qué te vas?
Porque ya nada significa mucho para mí.
¿Por qué te vas?
No lo sé. Nunca lo he sabido.
¿Cuánto más debo esperarte?
No me esperes. Estoy cansado y quiero recostarme.
¿Estás cansado y quieres recostarte?
Sí, estoy cansado y quiero recostarme.

3 Tu morir

Nada pudo detenerte.
Ni el mejor día. Ni el más quieto. Ni el océano que se mece.
Tú seguías con tu morir.
Ni los árboles
Bajo los que caminaste, ni los árboles que te dieron sombra.
Ni el doctor
Que te advirtió, el joven doctor de pelo blanco que una vez te salvó.
Tú seguías con tu morir.
Nada pudo detenerte. Ni tu hijo. Ni tu hija
Que te alimentaba y te volvió de nuevo un niño.
Ni tu hijo que pensó que vivirías por siempre.
Ni el viento que sacudió tus solapas.
Ni la quietud que se ofreció a tu movimiento.
Ni tus zapatos que se hicieron más pesados.
Ni tus ojos que adelante se negaron a mirar.
Nada pudo detenerte.
Te sentaste en tu cuarto y contemplaste la ciudad
Y seguías con tu morir.
Fuiste a trabajar y dejaste entrar al frío en tus ropajes.
Dejaste que la sangre se colara por tus calcetines.
Tu rostro se volvió blanco.
Tu voz se partió en dos.
Te apoyaste en tu bastón.
Pero nada pudo detenerte.
Ni tus amigos que te aconsejaban.
Ni tu hijo. Ni tu hija que te vio hacerte pequeño.
Ni la fatiga que vivía en tus suspiros.
Ni tus pulmones que se llenarían de agua.
Ni tus mangas que cargaron el dolor de tus brazos.
Nada pudo detenerte.
Tú seguías con tu morir.
Cuando jugabas con los niños tú seguías con tu morir.
Cuando te sentabas a comer,
Cuando despertabas en la noche, mojado en lágrimas, tu cuerpo sollozando,
Tu seguías con tu morir.
Nada pudo detenerte.
Ni el pasado.
Ni el futuro con su buen clima.
Ni la vista desde tu ventana, la vista del cementerio.
Ni la ciudad. Ni la terrible ciudad con sus construcciones de madera.
Ni la derrota. Ni el éxito.
No hiciste nada sino seguir con tu morir.
Pusiste tu reloj sobre tu oreja.
Te sentiste resbalar.
Te recostaste en la cama.
Doblaste tus brazos sobre tu pecho y soñaste con un mundo sin ti,
Con el espacio bajo los árboles,
Con el espacio en tu habitación,
Con los espacios que ahora estarían vacíos sin ti,
Y seguías con tu morir.
Nada pudo detenerte.
Ni tu respiración. Ni tu vida.
Ni la vida que querías.
Ni la vida que tuviste.
Nada pudo detenerte.

4 Tu sombra

Tienes tu sombra.
Los lugares donde estuviste te la han devuelto.
Los pasillos y los céspedes rasos del orfanato te la han devuelto.
La Casa de los Voceadores te la ha devuelto.
Las calles de Nueva York te la han devuelto y también las de Montreal
Los cuartos de Belém donde los lagartos chasqueaban mosquitos te la han devuelto.
Las oscuras calles de Manaos y las calles húmedas de Río te la han devuelto.
La ciudad de México donde quisiste dejarla te la ha devuelto.
Y Halifax, cuyo puerto se lavaría de ti las manos, te la ha devuelto.
Ya tienes tu sombra.
Cuando viajabas el blanco despertar de tu andar enviaba tu sombra debajo, mas cuando llegabas estaba ahí para recibirte. Tenías tu sombra.
Las puertas donde entrabas te quitaban con tu sombra y al salir te la devolvían. Tuviste tu sombra.
Aún cuando olvidabas tu sombra, volvías a encontrarla: había estado contigo.
Una vez en el bosque la sombra de un árbol cubrió tu sombra y no fuiste reconocido.
Una vez en el bosque pensaste que tu sombra había sido arrojada por otro. Tu sombra no dijo nada.
Tus ropas llevaban tu sombra dentro; al desvestirte se derramaba como la oscuridad de tu pasado.
Y tus palabras que flotan como hojas en un aire perdido, en un lugar que nadie conoce, te devolvieron tu sombra.
Tus amigos te devolvieron tu sombra.
Tus enemigos te devolvieron tu sombra. Dijeron que era pesada y cubriría tu tumba.
Cuando moriste tu sombra se durmió en la boca del horno y comió por pan cenizas.
Se regocijo entre ruinas.
Vigiló mientras otros dormían.
Brilló como cristal entre las tumbas.
Se componía de sí misma como el aire.
Quería ser como la nieve sobre el agua.
Quiso ser nada, pero no fue posible.
Se vino a mi casa.
Se sentó en mis hombros.
Tu sombra es tuya. Lo he dicho tanto. Dije que era tuya.
Mucho tiempo la llevé conmigo. Te la devuelvo.

5 Llanto

Ellos lloraban por ti.
Cuando te levantabas a media noche,
Y el rocío brillaba en la piedra de tus mejillas,
Ellos lloraban por ti.
Ellos te llevaban de regreso a la casa vacía.
Ellos llevaban las sillas y las mesas hacia adentro.
Ellos te sentaban y te enseñaban a respirar.
Y tu aliento quema,
Quema la caja de pino y las cenizas caen como la luz del sol.
Ellos te dieron un libro y te dijeron que leyeras.
Ellos escucharon y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Las mujeres estrechaban tus dedos.
Devolvieron al peinarte el amarillo a tu cabello.
Afeitaron el hielo de tu barba.
Amasaron tus muslos.
Te vistieron con ropas finas.
Frotaron tus manos para mantenerte tibio.
Te alimentaron. Te ofrecieron dinero.
Se pusieron de rodillas y te imploraron que no murieras.
Cuando te levantabas a media noche lloraban por ti.
Cerraron los ojos y susurraron tu nombre una y otra vez.
No pudieron sacar a rastras la sepultada luz de tus venas.
No pudieron alcanzar tus sueños.
No hay manera, viejo.
Levantarse y volverse a levantar, no te hace bien.
Ellos como pueden lloran por ti.

6 Año Nuevo

Es invierno y Año Nuevo.
Nadie te conoce.
Alejado de las estrellas, de la lluvia de la luz,
Yaces bajo el clima de las piedras.
No hay un hilo que te vuelva atrás.
Tus amigos dormitan en la oscuridad
De placer y no pueden recordar.
Nadie te conoce. Eres el vecino de la nada.
No miras el caer de la lluvia y el hombre que se aleja,
El viento sucio que sopla sus cenizas a través de la ciudad.
No ves al sol que arrastra a la luna como un eco.
No ves al inflamado corazón en flamas.
Los cráneos de los inocentes que se vuelven humo.
No ves las cicatrices de la plenitud, los ojos sin luz.
Esto se acaba. Es invierno y Año Nuevo.
Los mansos transportan sus pieles hacia el cielo.
Los sin esperanza sufren el frío con aquellos que no tienen qué esconder.
Esto se acaba y nadie te conoce.
Hay una luz de estrellas a la deriva en el agua negra.
Hay piedras en el mar que nadie ha visto.
Hay una costa y gente que espera.
Y nada regresa.
Porque esto se acaba.
Porque hay silencio a cambio de un nombre.
Porque es invierno y Año Nuevo.


(Tomado del libro “The story of our lives”, de 1973 / Traducción de René Higuera)



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