(Tolouse Lautrec)
Después, cuando ya dormimos
el coma del paraíso y despertamos,
nos
quedamos un rato largo
mirándonos.
No
sé qué ve él, pero yo veo
unos ojos de ternura insuperable
y calma, una calma como la dignidad
de la materia. Amo el mar abierto
azul-verde-gris de su iris, amo
su curva contra lo blanco,
la
curva que al mirarla me hace
acabar, cuando está casi quieto, muy hondo
adentro mío. Nunca ví una curva
como esa, salvo la de la tierra desde el
espacio
exterior. Yo no sé de dónde
sacó esa amabilidad sin soberbia,
casi
sin ego, y eligió a pesar de eso
a una mujer entre todas.
Conociéndolo
conozco
la pureza del animal
que se aparea de por vida. A veces sonríe
apenas, pero más que nada me mira mirarlo
con el rostro entero iluminado. Amo
ver cómo cambia cuando lloro – no hay
inquietud,
ni
pena, ni un reflejo más serio. Si estamos
de espaldas, acostados uno al lado del
otro,
cara
a cara, puedo oír una lágrima de mi párpado inferior
golpear contra la sábana, como si fuese
uno de los primeros días sobre la tierra
y después las del párpado superior
se enlazan y bajan por las pestañas
como la aparición del cultivo y la
irrigación,
de
un pueblo que ya no es nómade.
Tengo
tanta suerte de poder conocerlo.
La
única forma de conocerlo es ésta.
Yo
soy la única que lo conoce.
Cuando
vuelvo a despertar, todavía me mira,
como
si fuera eterno. Dormitamos así
una hora, y poco a poco sé que
aunque estamos saciados, aunque casi
no
nos tocamos, éste es el éxtasis al que el
otro
éxtasis nos llevó – entramos,
más
y más profundo, mirada a mirada,
en
este lugar más allá de los demás lugares,
más
allá del cuerpo mismo, hacemos
el amor
SHARON
OLDS
(Versión en
castellano de Sandra Toro)
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