“Para ti y sobre ti. Muchas veces, cuando lo que se
escucha es un solo, al principio uno tiene la impresión de que está escuchando
algo que va dirigido a otro. Y así, igual algún lector se convierte en ti.
Cuando regabas tus plantas, las que tenías delante de
la casa, directamente en la tierra, y las que tenías en cajones de madera en el
balcón, a veces me parecía ver que existía una relación entre el acto de regar
y la oración, y el consiguiente nexo, entre la oración y el amor. La temperatura
del agua cambiada según el tiempo que hiciera y el tiempo que hubiera pasado el
cubo al sol. A veces estaba más caliente que la temperatura del cuerpo humano.
A veces estaba helada. Pero en ningún caso alteraba el amor con el que lo hacías,
ni el mío cuando te veía con el sombrero que te ponías para regar.
Y de pronto, escribiendo esto, se me vienen a la
cabeza unos versos de Mahmud Darwish y nos veo comiendo con él en un
restaurante en Ramala (¿o era en Nablus?, te habría preguntado, y tú, con esa
memoria rápida que tenías y tu talento para registrar los datos, que manejabas
con la misma soltura con la que barajabas las cartas, me habrías sacado de
dudas al instante. Pero ¡ya no puedes hacerlo!). Apenas participastes en
aquella turbulenta conversación, pero le pediste a Mahmud que leyera un poema,
y a él le halagó tu petición y recitó unos versos, pausadamente.
Aquellos en los que estoy pensando ahora no son los
mismos que te leyó él aquel día, sino estos otros:
…y me dijiste. Si muero
antes que tú
líbrame de las
palabras en lata y de las
fechas caducadas.
Aléjame de la
tierra en la que duermo,
pues una sola hoja
de hierba puede
enseñarte tal vez
que la muerte es una
manera de plantar…
(John e Yves
Berger / Rondó para Beverly)
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