A María Eugenia
Motilla Serrano
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GÉNESIS
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María Eugenia, ¿por
qué has tardado tanto?...
Yo, viajero de
treinta países, zapatos ajados y rostro de comerciante, confesor ante la pluma
y mártir de la imagen, te he buscado en cada esquina de todas las ciudades,
entre los farolillos rojos que hilan la noche consumando el periplo de las
luciérnagas, inspirando a los caballetes de los artistas vulgares, recogidos
ante un cuenco de sopa o ante una visión en Francia, por ejemplo, nuestro
pueblo de hierro, base de todo aquello que apreciamos.
Nunca es tarde para
amar, dicen, pero ya creía negado mi destino.
Soledad, ¿a quién
le debes tu suerte?... He saboreado la estrepitosa magnitud del silencio.
Gracias a él, he convertido las palabras en oro, el sufrimiento en tiniebla,
¡el odio en espera!... Pero la conferencia de los tristes que se añadían a mi mente
ha resultado nociva para la vitalidad que me otorgas, y ahora no puedo sino
repudiar el sentido falsamente transparente de esos individuos castrados, que
sólo pueblan este mundo para instalar en él una falsa algarabía, una muda
sonata con la que es imposible corresponderse, siquiera con señales o danzas de
ultratumba.
Es casi una
fantasía verte despertar sobre la cama verde, tu tripa tersa como un puñado de
harina, tus pestañas tras el dosel de un pañuelo con arabescos, tus piernas de
bailarina atadas a mis piernas de mamífero, creando un puzzle continuo, un
salvoconducto ideal para la esperanza de saberse unido a alguien con la fuerza
con la que irrumpe el rayo sobre el girasol gigante, ¡oh cuerpo!, ¡oh trenza
misteriosa hecha de labios y aire!...
Quiero que conozcas
que para mí tú eres la razón más importante para contrariar al contubernio de
la multitud, la suprema ignorancia y la ausencia de lírica en el hacer de la
gente. A tu lado el universo es otro, y la imaginación rebosa de canto como en la
bañera de aquel filósofo, inundando la casa, colocando el lavavajillas en el
lugar del armario, la estantería en la sombra del tocador, el acuario en la
puerta, los peces dando la bienvenida a nuestros invitados una cena de sábado.
Necesario como el aroma del óleo o el rumor subterráneo de un parking
abandonado, yo te asumo, y jamás podre despreciarte. Tu idea explota de pura
inteligencia, energía de juventud anhelante, carisma y rabia, tienes
veinticinco años, y me has encontrado. ¿Cómo? Olvidando el peso de las líneas
de tu mano…
Álvaro Guijarro
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Fuente para leer el
libro completo aquí: http://mariaeugeniamotillaserrano.blogspot.com.es/
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