Compartí con
Julio Vélez, hasta cierto punto, una vida paralela. Me llevaba 5 años y desde
que lo conocí mantuvimos el contacto, siempre cordial por la conciencia clara
de nuestras muchas coincidencias. En Cádiz, en Sevilla y sobre todo en Madrid
nos vimos con cierta frecuencia a través de los encuentros de la Asociación Colegial
de Escritores, o los encuentros de los poetas andaluces, entre otros. Yo llegué
a Sevilla para terminar la carrera en 1972 pero hacía dos años que él había
sido expulsado. Él continuaría sus estudios en Madrid, en 1979, mientras yo
llevaba ya cinco de profesor en Sevilla.
Aunque nunca
pertenecí oficialmente a ningún partido político, entre otras razones porque en
Cádiz era delegado de curso y de facultad, lo cual implicaba estar en el punto
de mira de la secreta, además de mi pertenencia al grupo literario Marejada,
que el Gobierno civil tenía en su punto de mira, pues en sus tertulias se
hablaba de poetas hindúes, o de la generación Beat norteamericana..
En todo
caso, tanto en Cádiz como en Sevilla, por mis amistades, era presumible mi
orientación hacia la CNT ,
El PC, o el PTE, su partido. A Barcelona fuimos de forma clandestina Isidoro
Moreno, entonces figura fundamental de este partido, el profesor y actor Carlos
Álvarez y yo mismo, viaje con citas en diversos puntos que nos indicaban el
siguiente, hasta Barcelona, donde rápidamente se corrió la voz de volver cada
uno a su ciudad, porque ya la policía sabía el lugar de reunión de los llegados
desde toda España.
Compartímos
además amigos comunes in crescendo, desde Cádiz, Sevilla, o Madrid., tal vez
elegidos por las mismas cualidades.
Otra
fundamental coincidencia entre Julio y yo fue la admiración por los mismos
autores, sobre todo César Vallejo, que llegó a ser una de sus principales
especialidades, además de la literatura latinoamericana, que yo conocía más
bien por devoción, siendo profesor de la española. En este punto de profesores
universitarios a la vez que poetas, también coincidimos, conscientes de que a
veces se nos consideraba como demasiado atentos a la poesía, para ser buenos
profesores (según los profesores) o demasiado profesores para ser buenos poetas
(según los poetas).
Él impartió sus clases en Salamanca y yo en
Sevilla. Ambos tuvimos varias relaciones amorosas y ambos nos dedicamos sobre
todo a la poesía, pero él también ganó un premio de novela por El bosque sumergido y yo, pocos años después, por El corazón de los trapos. Los dos dimos
clases a los cursos de norteamericanos en nuestras universidades, y los dos impartimos
curso en USA. La afinidades eran además espirituales, de temperamento y
carácter.
Muchos
fueron los amigos comunes, sobre todo del mundo literario. Por él conocí a Alejandro Romero, o a Tony
Geist, que siguen siendo sus principales
valedores.
Julio era un
ser especial. Aunque quisiéremos minusvalorarlo en todo, siempre quedaría por
encima una cualidad especial, que se evidencia en la devoción de sus amigos.
Todos los coincidimos en resaltar la humanidad de Julio, así como su ética, su
compromiso social, y su profundo andalucismo. En este punto también, como él
mismo, me introduje yo en el mundo del flamenco a través de nuestro común amigo
Paco Lira.
Julio es el
perfecto representante de una generación rompedora, estética y políticamente,
la de la transición. Hoy empieza a estudiarse a fondo esa etapa en la que, en
manos de jóvenes que no habíamos vivido la guerra, quisimos acabar con la
posguerra. De ahí no solo la vinculación política, a veces a través de la
escritura y a veces fuera de ella, sino también el interés por el mundo
exterior, la literatura latinoamericana, la literatura oriental, los exiliados
y prohibidos europeos y españoles, la cultura underground y el amor libre.
Incluso es una generación que vivió intensamente entonces y escribió y publicó
poco en esa etapa de la transición, para desarrollar su obra, ya con relativa
madurez sobre todo a partir de los años 80.
También
suele definírsela como generación del lenguaje, o de los novísimos, en cierta
oposición a la literatura testimonial, a la poesía social de la generación
precedente, lo cual no es del todo exacto. Lo que ocurre es que el compromiso
sociopolítico se volcaba ahora, como es el caso de Julio, sobre todo en la actividad de la calle, en
los partidos, o bien se ofrecía de una
manera distinta a la de los años 40 y 50.
Ya no bastaba con testimoniar la realidad con esa imparcialidad del
realismo objetivo, sino que la postura era ya abiertamente crítica con el
sistema, lo que supuso un mayor número de detenciones y la cárcel para muchos.
Cuando murió
en Francia para mí fue una inesperada y amarga sorpresa. Se nos iba el eterno
exiliado, porque de algún modo Julio vivió de lleno su exilio interior, su
rebeldía, que tal vez ejerció contra la muerte, como escribe
...Se que la
muerte
vendrá a por
la vida,
diáfana,
puntual,
firme y
segura.
Pero me va a
encontrar en rebeldía..
Participé en
el homenaje que se le hizo en Morón a su muerte. Iba yo acompañado de Jesús
Fernández Palacios y su mujer, Pilar, sin imaginar que poco después también
ella nos dejaría.
No voy a
entrar en un comentario del libro, porque sería un falso intento de competir
con la extensa semblanza que hace Alejandro y las notas sobre la
poesía de Julio que hace Anthoni
Geist, su principal estudioso.
Efectivamente
Alejandro ha hecho una magnífica semblanza en el prólogo del libro, con la que
nos presenta a Julio en profundidad, en esencia, algo que no se podría hacer
sólo desde la investigación o el estudio, mientras Tony nos da las claves
fundamentales del poeta, quien sale a la luz con plena potencia en la selecta
antología.
Rafael De Cózar
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