lunes, 17 de diciembre de 2012

Julio Vélez (1946-1992) / Rafael De Cózar






Compartí con Julio Vélez, hasta cierto punto, una vida paralela. Me llevaba 5 años y desde que lo conocí mantuvimos el contacto, siempre cordial por la conciencia clara de nuestras muchas coincidencias. En Cádiz, en Sevilla y sobre todo en Madrid nos vimos con cierta frecuencia a través de los encuentros de la Asociación Colegial de Escritores, o los encuentros de los poetas andaluces, entre otros. Yo llegué a Sevilla para terminar la carrera en 1972 pero hacía dos años que él había sido expulsado. Él continuaría sus estudios en Madrid, en 1979, mientras yo llevaba ya cinco de profesor en Sevilla.
Aunque nunca pertenecí oficialmente a ningún partido político, entre otras razones porque en Cádiz era delegado de curso y de facultad, lo cual implicaba estar en el punto de mira de la secreta, además de mi pertenencia al grupo literario Marejada, que el Gobierno civil tenía en su punto de mira, pues en sus tertulias se hablaba de poetas hindúes, o de la generación Beat norteamericana..
En todo caso, tanto en Cádiz como en Sevilla, por mis amistades, era presumible mi orientación hacia la CNT, El PC, o el PTE, su partido. A Barcelona fuimos de forma clandestina Isidoro Moreno, entonces figura fundamental de este partido, el profesor y actor Carlos Álvarez y yo mismo, viaje con citas en diversos puntos que nos indicaban el siguiente, hasta Barcelona, donde rápidamente se corrió la voz de volver cada uno a su ciudad, porque ya la policía sabía el lugar de reunión de los llegados desde toda España.
Compartímos además amigos comunes in crescendo, desde Cádiz, Sevilla, o Madrid., tal vez elegidos por las mismas cualidades.
Otra fundamental coincidencia entre Julio y yo fue la admiración por los mismos autores, sobre todo César Vallejo, que llegó a ser una de sus principales especialidades, además de la literatura latinoamericana, que yo conocía más bien por devoción, siendo profesor de la española. En este punto de profesores universitarios a la vez que poetas, también coincidimos, conscientes de que a veces se nos consideraba como demasiado atentos a la poesía, para ser buenos profesores (según los profesores) o demasiado profesores para ser buenos poetas (según los poetas).
 Él impartió sus clases en Salamanca y yo en Sevilla. Ambos tuvimos varias relaciones amorosas y ambos nos dedicamos sobre todo a la poesía, pero él también ganó un premio de novela por El bosque sumergido  y yo, pocos años después, por El corazón de los trapos. Los dos dimos clases a los cursos de norteamericanos en nuestras universidades, y los dos impartimos curso en USA. La afinidades eran además espirituales, de temperamento y carácter.
Muchos fueron los amigos comunes, sobre todo del mundo literario.  Por él conocí a Alejandro Romero, o a Tony Geist, que siguen siendo sus principales  valedores.
Julio era un ser especial. Aunque quisiéremos minusvalorarlo en todo, siempre quedaría por encima una cualidad especial, que se evidencia en la devoción de sus amigos. Todos los coincidimos en resaltar la humanidad de Julio, así como su ética, su compromiso social, y su profundo andalucismo. En este punto también, como él mismo, me introduje yo en el mundo del flamenco a través de nuestro común amigo Paco Lira.
Julio es el perfecto representante de una generación rompedora, estética y políticamente, la de la transición. Hoy empieza a estudiarse a fondo esa etapa en la que, en manos de jóvenes que no habíamos vivido la guerra, quisimos acabar con la posguerra. De ahí no solo la vinculación política, a veces a través de la escritura y a veces fuera de ella, sino también el interés por el mundo exterior, la literatura latinoamericana, la literatura oriental, los exiliados y prohibidos europeos y españoles, la cultura underground y el amor libre. Incluso es una generación que vivió intensamente entonces y escribió y publicó poco en esa etapa de la transición, para desarrollar su obra, ya con relativa madurez sobre todo a partir de los años 80.
También suele definírsela como generación del lenguaje, o de los novísimos, en cierta oposición a la literatura testimonial, a la poesía social de la generación precedente, lo cual no es del todo exacto. Lo que ocurre es que el compromiso sociopolítico se volcaba ahora, como es el caso de Julio,  sobre todo en la actividad de la calle, en los partidos,  o bien se ofrecía de una manera distinta a la de los años 40 y 50.  Ya no bastaba con testimoniar la realidad con esa imparcialidad del realismo objetivo, sino que la postura era ya abiertamente crítica con el sistema, lo que supuso un mayor número de detenciones y  la cárcel para muchos.




Cuando murió en Francia para mí fue una inesperada y amarga sorpresa. Se nos iba el eterno exiliado, porque de algún modo Julio vivió de lleno su exilio interior, su rebeldía, que tal vez ejerció contra la muerte, como escribe

...Se que la muerte
vendrá a por la vida,
diáfana,
puntual,
firme y segura.
Pero me va a encontrar en rebeldía.. 

Participé en el homenaje que se le hizo en Morón a su muerte. Iba yo acompañado de Jesús Fernández Palacios y su mujer, Pilar, sin imaginar que poco después también ella nos dejaría.
No voy a entrar en un comentario del libro, porque sería un falso intento de competir con la extensa semblanza que hace Alejandro y las notas sobre  la  poesía de Julio que hace Anthoni  Geist, su principal estudioso.
Efectivamente Alejandro ha hecho una magnífica semblanza en el prólogo del libro, con la que nos presenta a Julio en profundidad, en esencia, algo que no se podría hacer sólo desde la investigación o el estudio, mientras Tony nos da las claves fundamentales del poeta, quien sale a la luz con plena potencia en la selecta antología.

Rafael De Cózar


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