¡Alabada
sea la duda! Os lo aconsejo:
Saludadme
con afable respeto
A
quien pondere vuestra palabra como a falsa moneda.
Que
yo os querría avisados, y que no dierais
Vuestra
palabra por descontada.
Leed
la historia, y ved
Los
invulnerables ejércitos en descompuesta fuga.
Por
doquiera
Se
desploman indestructibles fortalezas, y
De
aquella Armada Invencible que partió
Con
un sinnúmero de naves,
Contadas
regresaron.
Hete
aquí que un día coronó un hombre
Una
cima inaccesible
Y un
barco alcanzó el confín
Del
mar infinito.
¡Hermoso
gesto, sacudir la cabeza
Ante
la indiscutible verdad!
¡Qué
valiente, el médico
Que
cura al enfermo desahuciado!
Pero
la más hermosa de todas las dudas,
La
de los exánimes, la de los desesperados
Que
levantan cabeza
Y
dejan de creer
En
la fuerza de sus opresores.
¡Ah,
cuánta brega pugnaz, hasta sentar el principio!
¡La
de sacrificios que costó!
Que
es así, y no de tal otra manera,
¡Qué
difícil resultó llegar a verlo!
Con
un suspiro de alivio lo escribió un humano un día
En
el libro de registros del saber.
Tal
vez siga allí escrito mucho tiempo y muchas generaciones
Vivan
con él y lo vean como sabiduría eterna
Y
desprecien los enterados a quienquiera lo desconozca.
Y
entonces podría darse que surgiera un recelo, pues nuevas experiencias
Hacen
sospechoso el principio, y se despierta la duda.
Y
que otro día, por cautela, tachara otro humano el principio
En
el libro de registros del saber.
Asediado
por un rugir de órdenes, inspeccionado
En
su virtud, examinado por barbiluengos doctores,
Conminado
por seres radiantes munidos de áureos distintivos,
Intimado
por solemnes Papas a golpe de libro escrito por el propio Dios, instruido
Por
impacientes maestros: así se halla el pobre, que ha de oírse
Que
el mundo es el mejor de los mundos, y que la gotera
De
su cuartucho por Dios mismo ha sido ideada.
Lo
tiene realmente difícil
Para
dudar de este mundo.
Anegado
en sudor, construye el hombre la casa
En
la que no habrá de vivir.
Pero
también suda a mares quien construye
Su
propia casa
Los
irreflexivos nunca dudan.
Su
digestión es brillante, su juicio, infalible.
No
creen en los hechos; sólo se creen a sí propios. Si preciso es,
Los
hechos deben creerles a ellos.
Su
paciencia consigo mismos
Es
ilimitada; a los argumentos,
Prestan
oídos de espía.
Frente
a los irreflexivos, que nunca dudan,
Están
los meditabundos,
Que
nunca actúan.
No
dudan para venir a la decisión, sino
Para
desertar de la decisión. De la cabeza
Se
sirven sólo para sacudirla. Tan seriecitos
Advertirán
de los peligros del agua
A
los pasajeros del barco que se hunde.
Bajo
el hacha del asesino,
Se
preguntarán si no es también él un ser humano.
Se
van a la cama mascullando
Que
la cosa no está aún cabalmente pensada.
Su
acción consiste en vacilar.
Su
sentencia favorita: no está listo para sentencia.
Cuando
alabéis la duda –ni que decir tiene—,
No
la confundáis con la
Irresolución
sin esperanza.
¿De
qué le vale dudar
A
quien no puede decidirse?
Quien
con razones insuficientes se conforma
Puede
equivocarse en la acción;
Inerme
siempre ante el peligro queda
Quien
demasiadas necesita.
Y tú
que eres dirigente, no olvides
Que
lo eres porque antes dudaste de los dirigentes.
¡Permite,
pues, a los dirigidos
Dudar!
(Versión
castellana de Antoni Domènech)
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