Fábula
EN
el cauce del río seco
una
espigada yegua orina sobre un sapo agradecido.
Yo,
que voy de paso, sonrío y recuerdo
una antigua ley de compensaciones
de
la magia: más feo el sapo
más
bello y deslumbrante el príncipe.
Ay,
pero la abundante orina de la yegua no es amor
y,
aunque amorosamente regada,
no rompe los hechizos más
perversos:
es
sólo un poco de agua ácida en esta sequedad solar.
La
yegua se aleja trotando aliviada, moviendo
las
ancas
como
una muchacha. Yo voy por los espinos resecos
recordando
al sapo:
el pobre no tenía
encantamiento
y se
quedó solo
y
soportando su fealdad inmutable
y ahora meada.
José Watanabe
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