jueves, 24 de enero de 2013

Luis Martínez Ros




(Luis López)



JULIO VÉLEZ

Julio Murió un 23 de diciembre de hace exactamente veinte años.
Habré ido tantas veces  a tu dirección y sin embargo ya no se encontrarla. Era una casa  unifamiliar con patio, en un intrincado rincón del laberíntico barrio de Tetuán.  Si, intenté volver, pero la geografía de aquella zona ha cambiado mucho y me perdía una y otra vez.
Julio y yo  pasamos muchas horas en su pequeño despacho.
Nuestro compromiso político de entonces (PTE)  nos había asignado distintos papeles. Y nosotros éramos fieles al guión. Julio imaginaba y yo intentaba gestionar las utopías. Desigual tarea, a Julio siempre le sobraban ideas y a mi me escaseaban los recursos. Metidos en nuestro papel discutíamos con apasionamiento, que era realmente factible y como ponerlo en marcha. Podía resultar agotador y muchas veces también  bastante  estéril.
Los dos lo sabíamos y nos habíamos acostumbrado a aquella rutina. Después, siempre se imponía un final y un cambio de escenario. Guardábamos los documentos y empezaba la tertulia de amigos. Como aperitivo Julio escogía algún pequeño tesoro. Un disco, un viejo libro recién comprado. Así, poco a poco, desplegaba su magia, su especial duende. Una botella de manzanilla que acaban de mandarme. Escucha que canción mas hermosa. Fíjate en aquello. ¿Qué te parece esta otra maravilla?
De la discusión áspera a la confidencia y las empatías. Del fondo de un cajón sacaba un montón de cuartillas y me las leía. Eran textos mil veces revisados, pero Julio se apasionaba como en la primera lectura. Mira, ¿te acuerdas  de aquel verso? Ves, lo he cambiado; ahora está mucho mejor. Escucha, escucha




Las primeras muertes.

De golpe, descubrí un día que los poemas
no son más que gotas de lluvia contra
el ataúd de la muerte. Desde entonces
supe que los frutos del árbol sagrado
que desde pequeño habitaban en mi alma,
habían madurado a la vida. El sol
se había injertado en ellos y me descubrí
envejecido con fortuna. La ciudad me mostró
sus resonancias más íntimas y el olor
del azahar impregnó mi mirada.
Abracé en una caricia a mi amigo
y felices nos adentramos en la noche
luminosa y alcohólica. La ciudad
selló sus puertas y me quedé sólo en el pórtico.
Mis flechas las continuaré lanzando aguerridas
contra las columnas y las almenas.

J. V.

La vida es una acumulación de ausencias. Ya no se ir hasta aquella habitación perdida en un rumbo de la ciudad que apenas  reconozco.  Pero mi imaginación aun puede visitar aquellas cuatro paredes cargadas de libros, atestadas de imágenes, de sueños y de humo.  Caminar con nuestros recuerdos por la noche luminosa y alcohólica., hasta la misma orilla del día.
Hicimos unas cuantas cosas juntos. Editamos libros, carteles, varias revistas, La Pluma….Pero Julio se nos fue tan pronto. Aun están vivos en mi memoria algunos proyectos que nunca pudimos rematar y sobre todo está viva la rabia de no poder buscar tu casa y sentarme frente a ti en aquella mesa inundada  de fantasías y de ilusiones.
Julio nos haces falta. Ahora necesitamos más que nunca tus aguerridas flechas.

Luis Martínez Ros

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