domingo, 27 de diciembre de 2015

La censura, contra Blas de Otero / José María Rondón






La censura, contra Blas de Otero: 'Su lepra mental, su odio hacia la belleza...' 

"Maloliendo la historia contemporánea española y reduciéndola -por arte de metro y rima- a una sucesión de anécdotas de lupanar y sangre, [Blas de] Otero pretende, a codazos, situarse en la primera fila de los poetas tremendistas, ilusionado sin duda con la idea de sentar plaza en la posteridad como el bíblico Walt Whitman del descontento seudohispánico".

En estos términos despachó la Oficina de Prensa y Propaganda de la embajada de España en Buenos Aires la publicación en 1962 en la editorial Losada del libro Hacia la inmensa mayoría, que reunía cuatro poemarios anteriores de Blas de Otero, entre ellos los fundamentales Pido la paz y la palabra y Ángel fieramente humano.
El 'avance informativo', el primer juicio al que se somete el volumen, es una brutal reseña, acaso la más extravagante jamás escrita sobre Blas de Otero. En el texto -dado a conocer en el primer número de la revista granadina Entorno literario- se acusa al poeta bilbaíno, con fino estilo, de sufrir "lepra mental", de odiar "todas las formas de belleza y grandeza" y de sufrir "la pobre desesperación de Caín en estado de postguerra".

La publicación literaria atribuye el texto al consejero de información de la embajada, José Ignacio Ramos Rey, director de la Oficina de Prensa y Propaganda. "[Blas de Otero] sufre la más triste de las situaciones en las que pueda caer un poeta: la de hacer profesión de rascarse en el muladar de la desgracia; el muladar de donde alguna vez escapa el do de pecho de la blasfemia cívica, que ni siquiera alcanza a la categoría de angustia", sostiene el censor.
El brutal desprecio de Ramos Rey por Blas de Otero es, por otra parte, lógico. Todos los libros contenidos en la recopilación Hacia la inmensa mayoría sufrieron algún modo de censura. Por ejemplo, Ángel fieramente humano fue excluido del premio Adonais en 1949 por motivos de heterodoxia religiosa tras la denuncia de un miembro del jurado. Y En castellano se publicó consecutivamente en París, México DF y Buenos Aires ante la imposibilidad de hacerlo en España. El telón de silencio levantado en torno a Hacia la inmensa...sólo caería con la llegada de la democracia, cuando la editorial Lumen lo publicó en 1977.

Ensañamiento de la censura
Pese al ensañamiento del censor con Hacia la inmensa mayoría, no es un caso único en Blas de Otero. Otro tanto de lo mismo le ocurrió a otra recopilación de título similar, Con la inmensa mayoría (1960), también en Losada, que sólo reunía Pido la paz... y En castellano.
Basta consultar la solicitud de importación del libro, que se conserva en un expediente -el número 3.649- en el Archivo General de la Administración. Sobre este libro, el censor anota: «Sin antecedentes. Una colección de magníficos poemas. Pese a una temática disímil y heterogénea, el vértice de un buen número de canciones de España, y varias tienen un carácter político grave».

Sin embargo, en este informe, dado a conocer por la profesora Lucía Montejo Gurruchaga, el censor fija su atención en el poema titulado 'La va buscando' y, en especial, la estrofa -"la más grave del libro", expone- que dice: Dos Españas frente a frente./ Al tiempo de guerrear,/ al tiempo de guerrear,/ se perdió la verdadera./ Aquí yace/ media España./ Murió de la otra media. El epígrafe le da pie para apoyar en él "la repetición de nuestra historia, la lucha fraticida", sostiene el firmante del informe, el agustino y censor eclesiástico Miguel de la Pinta Llorente, quien denegó, lógicamente, la importación.

Hasta la abolición del órgano represor, todos los libros de Blas de Otero se toparán con el lápiz rojo del censor. Acaso el asunto más llamativo es lo ocurrido con el volumen Que trata de España (1964), gravemente mutilado. En este caso, la censura obligó al poeta a suprimir más de la tercera parte del libro. Incluso las antologías -tanto las preparadas por el propio autor, como las que sobre su obra dirigían otros poetas y críticos- tuvieron serias dificultades. También algunas revistas o sus directores fueron sancionados por incluir versos del bilbaíno.

En alguna ocasión, Blas de Otero se refirió a la censura, que sufrió con dureza a lo largo de toda su trayectoria. «La censura -aseguraba en 1976- es un obstáculo terrible, capaz de condicionar, coartar y, en ocasiones, hasta de hacer callar. Además, la censura genera la autocensura... La censura fue aprendiendo a leer y resultó que el poeta que tuviera interés por publicar en España se encontraba con el problema de que, si escribía tal y como las palabras le iban saliendo, aquello se convertía en algo impublicable. No había otra solución que la obligada de corregir los poemas. Se acaba por adquirir una práctica muy eficaz...».



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miércoles, 23 de diciembre de 2015

SOBRE QUEDARSE SORPRENDIDO / Nazim Hikmet




SOBRE QUEDARSE SORPRENDIDO 



Puedo amar,
y tanto,
pide lo que quieras,
mi vida, mis ojos.
Puedo enfurecerme,
mi boca no se llena de espuma,
pero la ira de un camello no es nada al lado de la mía,
solo la ira del camello, no su rencor.
Puedo comprender
muchas veces con mi nariz,
es decir oliendo lo más oscuro lo que está más lejos
y puedo pelear,
por todos y por todo lo que me parece justo, correcto y hermoso,
ni mi edad ni mi porte me lo impiden,
sin embargo hace tiempo que se me olvidó quedarme sorprendido.
La sorpresa me dejó y se fue con sus ojos bien abiertos
y bien jóvenes.
¡Qué lástima!

Nazim Hikmet

Tanganica, febrero de 1963
Hotel Maranga


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martes, 15 de diciembre de 2015

La sandalia de Empédocles / Bertolt Brecht




La sandalia de Empédocles 




Cuando Empédocles de Agrigento
hubo logrado los honores de sus conciudadanos
-y los achaques de la vejez-,
decidió morir. Pero como
amaba a algunos y era correspondido por ellos,
no quiso anularse en su presencia, sino que prefirió
entrar en la Nada.
Lo
s invitó a una excursión. Pero no a todos:
se olvidó de algunos
para que la iniciativa
pareciera casual.
Subieron al Etna.
El esfuerzo de la ascensión
les imponía el silencio. Nadie dijo
palabras sabias. Ya arriba,
respiraron profundamente para recuperar el pulso normal,
gozando del panorama, alegres de haber llegado a la meta.
Sin que lo advirtieran, el maestro los dejó.
Al empezar a hablar de nuevo, no notaron
nada todavía; pero, a poco,
echaron de menos, aquí y allá, una palabra, y le buscaron
por los alrededores.
Él caminaba ya por la cumbre
sin apresurarse. Sólo una vez
se detuvo: oyó
a lo lejos, al otro lado de la cima,
cómo la conversación se reanudaba. Ya no entendía
las palabras aisladas: había empezado la muerte.
Cuando estuvo ante el cráter
volvió la cabeza, no queriendo saber lo que iba a seguir,
pues ya no le atañía a él; lentamente, el anciano se inclinó,
se quitó con cuidado una sandalia y, sonriendo,
la arrojó unos pasos atrás, de modo
que no la encontraran demasiado pronto, sino en el
momento justo,
es decir, antes de que se pudriera. Entonces
avanzó hacia el cráter. Cuando sus amigos
regresaron sin él, tras haberle buscado,
a lo largo de semanas y meses, poco a poco, fue creándose
su desaparición, tal como él había deseado. Algunos
le esperaban todavía, otros
buscaban ya explicaciones. Lentamente, como se alejan
en el cielo las nubes, inmutables, cada vez más pequeñas,
sin embargo,
sin dejar de moverse cuando no se las mira y ya lejanas
al mirarlas de nuevo, acaso confundidas con otras,
así fue él alejándose suavemente de la costumbre.
Y fue naciendo el rumor
de que no había muerto, puesto que, se decía, no era mortal.
Le envolvía el misterio. Se llegó a creer
que existía algo fuera de lo terrenal, que el curso de las cosas
humanas
puede alterarse para un hombre. Tales eran las habladurías
que surgían.
Mas se encontró por entonces su sandalia, su sandalia de
cuero,
palpable, usada, terrena. Había sido legada a aquellos
que cuando no ven, en seguida empiezan a creer.
El fin de su vida
volvió a ser natural. Había muerto como todos los hombres.





Describen otros lo ocurrido
de forma diferente. Según ellos, Empédocles
quiso realmente asegurarse honores divinos;
con una misteriosa desaparición, arrojándose
de modo astuto y sin testigos en el Etna, intentó crear la
leyenda
de que él no era de especie humana, de que no estaba
sometido
a las leyes de la destrucción; pero, entonces,
su sandalia le gastó la broma de caer en manos de sus
semejantes.
(Algunos afirman, incluso, que el mismo cráter, enojado
ante semejante propósito, escupió sencillamente la sandalia
de aquel degenerado bastardo.) Pero nosotros preferimos
creer
que si realmente no se quitó la sandalia, lo que debió ocurrir
es
que se olvidaría de nuestra estupidez, sin pensar que
nosotros
en seguida nos apresuramos a oscurecer aún más lo oscuro
y antes que buscar una razón suficiente, creemos en lo
absurdo. Y la montaña, entonces
-aunque no indignada por aquel olvido ni creyendo
que Empédocles hubiera querido engañarnos para alcanzar
honores divinos
(pues la montaña ni tiene creencias ni se ocupa de nosotros),
pero sí escupiendo fuego como siempre-, nos arrojó
la sandalia, y de esta forma sus discípulos
-que ya estarían muy ocupados husmeando algún gran
misterio,
desarrollando alguna profunda metafísica-
se encontraron, de repente, consternados, con la sandalia del
maestro entre las manos;
una sandalia de cuero, palpable, usada, terrena.



Bertolt Brecht



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domingo, 6 de diciembre de 2015

Adrienne Rich - Buceando hasta el naufragio




Buceando hasta el naufragio

Primero, habiendo leído el libro de los mitos
y cargado la cámara
y probado el filo del cuchillo,
me puse
la armadura de neopreno negro
las absurdas patas de rana
la seria e incómoda máscara.
Tengo que hacer esto
no como Cousteau con su
asiduo equipo
a bordo de la goleta bañada por el sol
sino sola acá.

Hay una escalera.
La escalera está siempre ahí
colgando inocentemente
cerca del costado de la goleta.
Sabemos para qué sirve,
nosotros, que ya la usamos.
De otra manera
sería una pieza de instrumento marítimo
algún tipo de equipo.

Voy hacia abajo.
Peldaño a peldaño y todavía
el oxígeno me sumerge
la luz azul
los claros átomos
de nuestro humano aire.
Voy hacia abajo.
Las patas de rana me entorpecen,
me arrastro como un insecto por la escalera
y no hay nadie
que me diga cuándo el océano
va a empezar.

Primero el aire es azul y después
se pone más azul y luego verde y luego
negro me estoy desmayando y sin embargo
mi máscara es poderosa
hace bombear mi sangre con fuerza
el mar es otra historia
el mar no es una cuestión de poder
tengo que aprender sola
a girar mi cuerpo sin fuerza
en el profundo elemento.

Y ahora: es fácil olvidar
para qué vine
entre tantos que siempre
vivieron acá
balanceando sus aspas almenadas
en medio de los arrecifes
y además
acá uno respira de otra manera.

Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos.
Las palabras son mapas.
Vine a ver el daño hecho
y los tesoros que prevalecieron.
Apunté el haz de luz de mi lámpara
despacio a lo largo del costado
de algo más permanente
que los peces o las algas

a aquello por lo que vine:
el naufragio y no la historia del naufragio
la cosa en sí misma y no el mito
la cara ahogada mirando siempre
hacia el sol
la evidencia del daño
deteriorada por la sal y el vaivén hasta ser esta belleza harapienta
las costillas del desastre
curvando su afirmación
entre los espíritus inciertos.

Éste es el lugar.
Y yo estoy acá, la sirena cuyo pelo negro
corre hacia atrás, el tritón con su armadura.
Hacemos círculos en silencio
alrededor del naufragio
nos sumergimos hasta la compuerta.
Soy ella: soy él

cuya cara ahogada duerme con los ojos abiertos
cuyos pechos siguen todavía estresados
cuya carga de plata y cobre descansa
oscuramente dentro de los barriles
a medio asegurar y pudriéndose
somos los instrumentos a medio destruir
que una vez mantuvieron un rumbo
el tronco comido por el agua
la brújula inválida

Somos, soy, sos
por cobardía o coraje
quien encuentra nuestro camino
de vuelta a esta escena
llevando un cuchillo, una cámara
un libro de mitos
en el que
nuestros nombres no aparecen.


Adrienne Rich


Versión de Tom Maver,
del libro Diving into the wreck, 1973.

Fuente:


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