OTRO POCO DE CALMA, CAMARADA;
un
mucho inmenso, septentrional, completo,
feroz,
de calma chica,
al
servicio menor de cada triunfo
y en la
audaz servidumbre del fracaso.
Embriaguez
te sobra, y no hay
tanta
locura en la razón, como este
tu
raciocinio muscular, y no hay
más
racional error que tu experiencia.
Pero,
hablando más claro
y
pensándolo en oro, eres de acero,
a
condición que no seas
tonto y
rehuses
entusiasmarte
por la muerte tánto
y por
la vida, con tu sola tumba.
Necesario
es que sepas
contener
tu volumen sin correr, sin afligirte,
tu
realidad molecular entera
y más
allá, la marcha de tus vivas
y más
acá, tus mueras legendarios.
Eres de
acero, como dicen,
con tal
que no tiembles y no vayas
a
reventar, compadre
de mi
cálculo, enfático ahijado
de mis
sales luminosas!
Anda,
no más; resuelve,
considera
tu crisis, suma, sigue,
tájala,
bájala, ájala;
el
destino, las energías íntimas, los catorce
versículos
del pan: ¡cuántos diplomas
y
poderes, al borde fehaciente de tu arranque!
¡Cuánto
detalle en síntesis, contigo!
¡Cuánta
presión idéntica, a tus pies!
¡Cuánto
rigor y cuánto patrocinio!
Es
idiota
ese
método de padecimiento,
esa luz
modulada y virulenta,
si con
sólo la calma haces señales
serias,
características, fatales.
Vamos a
ver, hombre;
cuéntame
lo que me pasa,
que yo,
aunque grite, estoy siempre a tus órdenes.
César
Vallejo
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