(Revista "CANTO RODADO", Febrero de 1.980)
Sobre tu piel no
quedan vestigios de mi acoso
y, aunque entonces
solías prometerme infinitos,
tu total transparencia,
la sorpresa
indecible del luminoso hallazgo
no duró para
siempre
En tu pecho de niña
no hallé puerto seguro.
No, no eras todavía
ni la fruta en
sazón ni la barca dispuesta,
no bastaba a mi
empeño que tus besos y el tacto
de tus manos
crispadas
quebraran
espejismos, deshicieran las tinieblas
o espesaran lo
claro de mis vagos tanteos…
Y hubo,
seguramente,
momentos en que
hubieras
cambiado tu futuro
por un plato de mi alma,
por un sorbo de
aliento de mi boca entreabierta.
Sin embargo hoy no
acierto a aprehenderte de nuevo,
se me escurre tu
imagen y tu voz es un río.
Cada noche es más
cruda y tu calor más lejano.
Mis recuerdos se
espantan si me acerco a estrecharlos
temerosos del
monstruo en que me voy convirtiendo.
Todas las
primaveras no renace la vida,
ni todos los otoños
vuelven los viejos tiempos.
En mi noche es
invierno y ya no sueño contigo.
Sólo cae la nieve
ritual,
indiferente.
Julio Contreras.
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